María, la Obra de Dios
En este día santo y solemne los hijos de Dios agradecen al Padre Todopoderoso por habernos donado Su Obra más bella: María (Sal 21,32).
De esta Tierra de Amor los hijos de Dios escuchan Su Voz (Dt 6,4), escuchan Su Corazón y saborean Su Amor, el Amor vivo, verdadero y santo. Un Amor que María, la Obra de Dios, la Inmaculada del Espíritu Santo, ha donado por Amor de Sus hijos arribados en la Isla Blanca para ser plasmados por Su Corazón de Madre, de Esposa y de Reina.
Aquellos que, arribados a la Madre Iglesia, María Nueva Jerusalén, han saboreado Su Amor y Lo han mantenido con vida en su corazón, recibirán ahora todo Su Amor, Su viva gratitud y Su mirada eternamente. Aquellos que, arribados a la Madre Iglesia, María Nueva Jerusalén, han reconocido la Obra del Padre, recibirán ya desde ahora Su recompensa (Sal 118, 112). Aquellos que, arribados a la Madre Iglesia, María Nueva Jerusalén, han acogido Su hablar, Su voz, Su Amor y en este Amor han crecido, recibirán ya desde ahora lo que desean para tener en dote la Vida, la verdadera Vida, la Vida eterna (Mt 19,29).
Cuantos hoy se reconocerán hijos de María y, declarando el propio amor por María, conservarán la verdadera fe (2Tm 4,7), recibirán la viva benevolencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cuantos, en cambio, en este día en vez de subir al Cielo con corazón y espíritu, bajan en la humanidad más profunda, encontrarán el Arcángel Miguel, el Defensor de María, que con su espada se erigirá y les alcanzará. Así como defiende a María, el Arcángel Miguel defenderá cada hijo de María, la toda pura, la toda bella, la toda santa: la Obra de Dios, la Obra plasmada por Sus manos (Sal 18,2).
Aquella que ha generado el Hijo de Dios (Mt 1,23) es Madre, Reina y Esposa. María es: la clave, el ancla, la perla, la fuente, que ha donado al mundo la vid (Jn 15,1). Quien se abreva del agua de la fuente de la vida tendrá la vida eterna, tendrá consuelo, recibirá todo conocimiento que podrá dar fruto por el bien de cada hijo y de cada hombre y mujer de buena voluntad.
En María ha tenido comienzo el Misterio de la salvación. En María la Palabra (Jn 1,1) ha manifestado Su Palabra. Por voluntad del Padre, en María la acción del Espíritu Santo está viva para hacer vivir. María: Señal (Is 7,14) de unión entre el viejo y el nuevo; Señal de unión de una renovación viva y santa: aquella renovación que parte del Corazón de María para comprender la Verdad entera (Jn 16,13) y comprender en lo íntimo el dinamismo de la acción viva del Espíritu Santo. Una acción viva que debe completarse para alcanzar la meta (Flp 3,14; P 1,9), centro de la voluntad del Padre.
María es aquella que ha permanecido dócil a la voluntad del Padre (Sal 39,9), al Corazón del Padre; Aquella que ha permanecido en la obediencia viva (Lc 1,38), haciendo con eso ya entrever la obediencia total del Hijo (Flp 2,8). Nunca María ha pensado haber sido engañada por el Padre. He aquí aquella fusión viva y santa entre Madre e Hijo, para poder comprender la misión salvadora que conduce todos directamente al Corazón del Padre.
En estos tiempos duros y difíciles los verdaderos hijos de Dios están llamados a comprender bien no el nuevo humanismo sino el nuevo cristianismo, que hunde las propias raíces en el pasado para luego relanzar y volver a colocar en el centro a Cristo Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), para dispersar todo pensamiento no santo y toda acción apta a hacer tramontar la acción viva y veraz del Hijo de Dios (Ap 19,11). Es sólo dejándose renovar por la luz que se puede ser celestiales; es sólo dejando que el propio corazón sea investido de la luz (Lc 2,32), que es Cristo, que se puede renacer a vida nueva renaciendo de lo Alto (Jn 3,7) para conocer en pleno y en plenitud a Dios (Ef 3,19).
He aquí que el Padre actúa e interviene en la cotidianidad de cada hijo a fin de que se pueda completar la voluntad del Padre, para dar alivio a cuantos, combatiendo por el verdadero Bien, conservan la verdadera fe (Jds 3) para todos aquellos que, con orgullo, testimonian la verdadera fe en Cristo y María. Una fe ligera, libre de pesos humanos y libre de todo pensamiento contrastante la cristiandad. No un bien afanoso para defender que llega a ser personal para los propios intereses sino “el” Bien para manifestar, a fin de que cada hombre y mujer reconozca Cristo como verdadero Dios y verdadero Hombre (Jn 17,3).
El color blanco (cf. Mt 28,3) del amor del Padre y de la pureza de María volverán a ser centro y testimonio de la verdadera pertenencia a Dios, a fin de que toda máscara, que esconde detrás de sí una acción no santa, caiga; a fin de que quien es de verdad infiel (Sal 72,27) reciba su destino (Job 27,13; Sal 93,2) y quien, en cambio, ha hecho de la fidelidad la propia vida reciba en dote la recompensa eterna del Padre (Sab 5,15), a fin de que al banquete nupcial los hijos de Dios puedan beber y comer con el Hijo de Dios, Uno y Trino (Mt 22, 8-14).
El Padre devolverá el orden donde reina el desorden (Prov 11,29); hará temblar aquellos que están complacidos en los vicios (Jds 7) y en el poder, aquellos que utilizan (Ex 20,7) y abusan del nombre de Dios para ser respetados y alabados.
En este día vivo y santo en el cual en María la humanidad fiel quiere volver a levantarse (Is 60,1) para vencer el mundo, viva y santa es la promesa de nuestro Dios (cf. Gen 22,16-18), que donará a Sus hijos fieles justicia y paz (Sal 71,3; Is 60,17), amor (Sal 97,3) y santidad, en Su Santo Nombre (Sal 29,5), por el bien de Sus hijos y por el bien de la Iglesia de Cristo, fundada sobre el Amor que jamás tramontará.
Amad a María para recibir Su Amor (Lc 1,49). Conquistad el Corazón de María poniéndoos al servicio de la Madre Iglesia (Lc 1,38.48), para poder conocer, vivir y amar más y más a Jesús, Aquel que gobernará con cetro de fuego (cf. Ap 19,5), para gobernar y hacer reinar la paz sobre esta Tierra (Lc 2,14).