Cristo es Amor.
Donde hay caridad y amor, está su Iglesia

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén (Ap 21,2), la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para donar a todos sus hijos su Amor, aquel Amor que es santo y es Persona (Jn 1,14).

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para donar a todos sus hijos su rectitud (Sal 10,7: 139,14) y su santidad.

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a renovar y vivir en la plenitud su Iglesia, hecha de corazones vivos y santos, listos para acoger y escuchar la voluntad del Padre (Mt 6,10; Lc 22,42).

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a ser rectos (Ex 18,21), correctos y coherentes.

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a ser santos (Lv 11,44-45; 19,2), para manifestar la santidad y el candor (Sir 43,18; Is 1,18) de su Iglesia.

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a ser vivos (Lc 20,38), para manifestar y derramar su Espíritu de Amor y santidad: un Espíritu vivo que quiere calentar los corazones para infundir y derramar en ellos su sello, el sello del Dios viviente (Jn 6,27).

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a ser obedientes (1P 1,14; 2Cor 2,9), para estar siempre en línea con el pensamiento de Dios, que en la Madre Iglesia se manifiesta para devolver el orden y la santidad.

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a ser puros (Mt 5,8) y leales (Pr 8,4-13), sinceros y veraces, para manifestar al mundo la linealidad y la corrección de la Madre Iglesia, una Iglesia viva, santa, ligera y fresca (Mt 10,42): fresca en el Amor de Dios, fresca en sus enseñanzas que son vivas e imperecederas.

Cristo ha bajado en la Nueva Jerusalén, la Tierra de Amor bendecida por el Padre, para invitar a todos sus hijos a colocar en el centro de su vida el Amor (Jn 13,35), la caridad (1Cor 13), para no frustrar cada sacrificio sino para hacer que la caridad (Rom 12,9; 1 Cor 16,14) sea fundamento de toda acción y obra: aquella caridad (Ef 1,4) que todo sustenta y todo conquista, con amor, en la paz, en la alegría, con llena sinceridad, a fin de que la Verdad de Dios pueda triunfar en los corazones y en el mundo (Ef 4,15), para cambiar las leyes de este mundo que atenazan los corazones y alejan del Espíritu de Dios.

Como consecuencia de esto, la Madre Iglesia, Iglesia de Cristo, está llamada a manifestarse por el espíritu de servicio que entre hermanos se vive, se manifiesta (Gal 5,13), a fin de que la paz sea centro de la vida de cada hombre y mujer (Sal 115,7); de cada familia (Sir 26,2; 41,14; 46,6), iglesia doméstica; de la iglesia universal (Is 9,5-6); para ser así centro para el mundo, a fin de que la paz pueda ser estable y veraz, viva y santa (Sal 81,11); y a fin de que la concordia entre los pueblos pueda llevar cada hombre y mujer de buena voluntad a vivir el mundo nuevo que el Padre ha venido para donar (Sir 25,1).

Los hijos de la Madre Iglesia aman la vida, la vida donada por amor (Jn 10,10); la vida donada para infundir seguridad en los corazones; la vida como signo y don tangible del Padre (Jn 15,4-5). Amando la vida se podrá vivir, amar y proclamar la Verdad, que hace libres y santos (Jn 8,32); la Verdad que liga los corazones al Corazón del Padre (Jn 15,9), que en la Madre Iglesia está vivo, late e infunde y derrama paternidad, aquella paternidad que el mundo ha cambiado, frustrado y alejado, queriendo llegar a ser huérfano del único Padre que dona la vida, prefiriendo abrazar una libertad ilusoria que en realidad esclaviza aún más y hace todos inermes y sometidos al nuevo humanismo que ha nuevamente descartado al Hombre-Dios (Hch 4,11).

La Iglesia de Cristo, imperecedera y eterna, es y debe ser signo de la única verdadera libertad que se cumple en la voluntad de Dios, el Dios Uno y Trino (Mt 28,19) que, bajando nuevamente del Cielo (Is 60,19-20), por Amor, sólo y únicamente por Amor (Jn 17,26), se ha inclinado sobre la humanidad árida y perdida, donando aquel Amor (Jn 15,13) cercano, vivo y presente (1Jn 1,1) que ayuda todos a comprender el verdadero significado de amar al prójimo para amar a Dios, Dios, Dios (Mt 22,37-40), Uno y Trino.