Imitamos a la Santa Familia
para hacer renacer esta Sociedad
Fiesta de la Sagrada Familia
27 de diciembre de 2020
Evangelio: Mateo, Cap. 2, vv. 13-15.19-23
Homilía del Pontífice Samuele
Queridos hermanos y queridas hermanas, hoy continua es la fiesta de la Santa Navidad, la fiesta está viva, continua y palpitante y no dura sólo un día, sino que tiene que durar siempre porque Navidad no sea sólo un día, sino que sea el día eterno que marca Su retorno, el retorno del Señor: el retorno del Señor en nuestros corazones. Y nosotros aquí lo vivimos, el retorno del Señor: el Niño Jesús ha nacido (Lc 2,11), ha vuelto, es.
Aquí estamos, hermanos, a vivir hoy la fiesta de la Sagrada Familia, aquella fiesta que se celebra el primer domingo después de la Navidad y que pone en evidencia la sacralidad de la familia, de aquella Familia Sagrada y Santa (Mt 1,24-25), de la familia santa de Dios, que el Padre en esta Iglesia ha querido nuevamente volver a colocar en el centro de la vida de cada uno de nosotros.
He aquí esta Iglesia Universal, querida por el Padre para volver a colocar en el centro Su proyecto originario (Gen 2,24); y he aquí la familia, iglesia doméstica, de la cual hay que partir, volver a partir, a fin de que la familia vuelva a ser centro de la vida de cada uno de nosotros. Éste es el reto de hoy: volver a poner en el centro la familia, atacada por una sociedad civil que ya no se funda sobre la centralidad de la familia, formada por la unión indisoluble del hombre con la mujer, sino una sociedad civil que pone en el centro el ego, el “yo”, el egoísmo y no el don de sí, el donarse al otro que es ínsito y fundamento del ser “familia”. Vivir la familia conlleva sacrificio, porque en la familia el “yo” se anula para fundirse con el otro, a fin de que ya no uno, sino los dos, lleguen a ser uno, “una sola carne”, así como dice el celebrante en el momento en el cual aquel Sacramento, “el” Sacramento, se celebra. Y en el momento en el cual el Padre, por Su gracia particular, concede y dona los frutos del amor nupcial, he aquí que en la familia las responsabilidades aumentan y así aumenta la carga, porque deber del padre y de la madre es el de intentar hacer crecer estos frutos generados por el amor intentando educarlos con santidad, transmitiéndoles aquellas virtudes de la obediencia, de la pureza, de la humildad que hoy en día son las armas esencial para vencer en este mundo, para contrastar un mundo que ya no vive estas virtudes, un mundo que ya no vive la obediencia, ni siquiera civilmente hacia la autoridad constituida, sino sobretodo ya no vive la obediencia hacia la primera autoridad constituida, que está representada por Dios Padre Todopoderoso. Un mundo soberbio y arrogante (1Jn 2,16), que desprecia la humildad y desprecia los humildes: no pone más en el centro esta virtud, que se ve como piedra de tropiezo para todos aquellos que quieren escalar esta sociedad humanamente para ocupar puestos de poder. Un mundo donde la impudicia y el amor egoistico han tomado la delantera sobre el amor puro, nupcial, donde el hombre se une a la propia esposa en aquel abrazo santo donde se dona amor el uno al otro, un amor gratuito, vivo, que ambiciona a la alegría del otro, no a la alegría egoistica de sí.
He aquí la familia, que el Padre en esta Tierra de Amor nuevamente ha vuelto a colocar en el centro. He aquí el ejemplo de María Giuseppina Norcia, aquella que en el propio nombre y en la propia vida ha encarnado las virtudes de María Santísima y las virtudes de San José. He aquí su llamado divino, llamada por Dios a hacerse “cuna viviente” del Amor hecho Persona, bajado del Cielo en esta Tierra de Amor (Hch 1,11) por voluntad del Padre. Pero he aquí también su llamado humano, llamada humanamente a formar una familia, para ser ejemplo en estos tiempos duros y difíciles del ser familia, de como se vive la familia, intentando educar y crecer todos en aquel ejemplo y en aquella santidad que la ha caracterizado. Luego, por cierto, la libertad de cada uno – que el Padre confiere incluso a los hijos y a todos aquellos que son prójimos – hace la diferencia.
Ella ha encarnado a la perfección las virtudes arriba mencionadas y ha sido ejemplo perfecto de “familia” porque ha querido servir al Padre sin jamás traicionarlo y sin jamás renegarlo. He aquí que lo que ha caracterizado su corazón y su vida, ejemplo para todos nosotros que ahora somos familia, es aquel de obedecer a Dios antes que a todos los otros, poniendo en el centro el amor y la voluntad de Dios antes de toda otra cosa (Mt 6,33; 22,37; Dt 6,5), incluso antes de toda voluntad y deseo humano de quien le pertenecía.
He aquí el ejemplo de quien vive la familia poniendo en el centro Dios y su proyecto. Y así vive y hace vivir la propia familia sustentándose con el propio trabajo. He aquí las prioridades que cada uno de nosotros encarna: nosotros los ministros, maridos y padres; y este es el ejemplo que hoy todos estamos llamados a encarnar.
He aquí el ejemplo de María Santísima, aquella que frente al llamado de Ángel se ha abandonado a la voluntad de Dios. “No conozco varón”, dijo aquella Mozuela (Lc 1,34). Y decía la verdad. Pero Dios, el Todopoderoso, todo ha podido y todo puede. Ella consintió a aquel proyecto misterioso y particular, poniéndose a disposición de Dios, incondicionalmente, haciéndose sierva (Lc 1,38). Y precisamente por su haberse hecho sierva, el Padre ha casado en el Espíritu esta Mozuela haciéndola Madre, Madre del Hijo y el mismo tiempo Madre suya, en un misterio y en un entrelazo que jamás el hombre podrá de verdad comprender y aceptar según la propia lógica humana. Si uno no se despoja de si mismo, de los propios juicios y prejuicios y no se viven con fe los Misterios de Dios, jamás uno podrá revestirse de la Luz de Cristo y vivir completamente Su Navidad.
Navidad: venir a la luz, revestirse de luz de aquel que es Luz, para llevar la luz en este mundo y desgarrar las tinieblas (Jn 8,12). He aquí la Navidad de los hijos de Cristo. He aquí la Navidad del glorioso San José, aquel que se ha despojado totalmente de si mismo para renacer en el Niño Jesús. En aquel día de Navidad incluso José ha renacido: ha renacido en el amor del Amor hecho Persona; ha renacido a vida nueva habiendo acogido primero a María y así a aquel Hijo nacido por obra del Espíritu (Mt 1,20-21). Y desde aquel momento José ha protegido y custodiado su familia encomendadle por el Padre, actuando sin titubear, guiado por el Cielo, que en los momentos difíciles siempre se ha manifestado a José dándole las direcciones y la guía, así como hoy hemos escuchado en esta página del Evangelio (Mt 2,13; 19,20).
Y esta página tiene que ser bien comprendida para comprender, por un lado, la obediencia y la fidelidad de José a la voluntad del Padre (Mt 2,14.21); por el otro, para comprender lo que ocurrió entonces para evitar que estas palabras sean instrumentalizadas ahora y utilizadas para una finalidad no santa por quien instrumentaliza la historia de la Sagrada Familia por un propio provecho personal. Han emigrado San José, la Virgen y el Niño Jesús. Han sido migrantes; han ido en exilio (Mt 2,13); en la espera, luego, de volver en la propia patria, está escrito (Mt 2,20). Y José así ha hecho: ha ido en tierra extranjera no para subvertir las reglas de aquella tierra extranjera, no para usar violencia contra los habitantes, las mujeres o los niños de aquella tierra extranjera, sino para respetar profundamente sus principios, sus reglas; para luego regresar, en el momento en cual en el corazón aquel hombre ha advertido la voz de Dios que le ha dicho: “José regresa, ahora regresa” (Mt 2,19-20).
He aquí la historia de la Sagrada Familia, de quien también ha experimentado la dificultad de emigrar en tierra extranjera, escapando de la mano de quien quería extender aquella mano para matar los miembros de aquella familia; no se ha ido por un capricho o por una dificultad momentánea: se estaba corriendo el riesgo de muerte. He aquí que esta familia nos dona el ejemplo, incluso hoy, de como vivir incluso los fenómenos que caracterizan este nuestro tiempo duro y difícil, para poder, por un lado, acoger a todos aquellos que necesitan ser acogidos (Sal 145,9), que por espíritu cristiano deben ser hospedados en el momento en el cual se huyen de un peligro de muerte; para luego comprender lo que en la historia la Sagrada Familia ha llevado a cumplimiento.
Ninguna instrumentalización de lo que hizo José, de lo que hizo María para proteger al Niño Jesús, sino una viva comprensión de la Palabra de la Sagrada Escritura. Sólo así esta sociedad podrá volver a levantarse y vencer los desafíos que hoy están en el centro de la vida de la sociedad, tomando inspiración y ejemplo de la Sagrada Familia, de las palabras del Evangelio, para comprenderlas bien y bien ponerlas en práctica, a fin de que, incluso las dificultades que hoy están, puedan ser enfrentadas y superadas a la luz de la Palabra de Dios, a la luz del ejemplo de la Sagrada Familia, a la luz del ejemplo de aquel cabeza de familia que junto – a su esposa – y junto – a sus hijo – han hecho.
Éste es el ejemplo que hoy todos estamos llamados a vivir y a encarnar. Sólo siguiendo aquel ejemplo de aquella Santa Familia la Luz podrá nuevamente desgarrar las tinieblas de esta sociedad (Is 9,1; Jn 8,12). Poco son hoy aquellos que de verdad quieren poner en el centro el ejemplo de la Sagrada Familia, para imitarla, para imitar el ejemplo vivo y santo de José, de María y del Pequeño Jesús.
Vosotros, maridos y padres, seguid el ejemplo de José; vosotras, mujeres y madres, seguid el ejemplo de María Santísima; vosotros, queridos niños, seguid el ejemplo del niño Jesús; vosotras, queridas niñas, seguid el ejemplo de María, eterna Mozuela, para poder encarnar todos las virtudes de la obediencia, de la pureza y de la humildad, para poder manifestar la santidad que caracteriza los hijos de Dios, que caracteriza aquellos que quieren vivir poniendo en el centro el amor de Jesús y el amor de María, que viven para poner en el centro Dios y la familia, que deben venir antes de toda otra elección: carrera, trabajo, dinero u otro (Ex 20,2-3.12; Col 3,1-4; Mt 6,19-21).
Quien de verdad le quiere a Jesús, quien de verdad le quiere a María, quien de verdad quiere hacer la voluntad del Padre, en primer lugar pone Dios, Padre Todopoderoso (Mt 22,37-38) y así encarna aquel espíritu de familia que el Padre nos ha donado en José y en María.
Éste es lo que tenemos que hacer hoy. Este es el reto que esta Iglesia ha aceptado para poder poner en el centro, vuelvo a repetir, la sacralidad de la Familia y la sacralidad de la Vida, pilares fundamentales que sustentan esta sociedad.
Sed, sed, sed para hacer ser. Imitad a la Santa Familia y defended vuestra familia con todas vuestras fuerzas. Quien tiene familia, quien es familia, defienda con todas las propias fuerzas este sacramento; quien es chico o chica y tiene en el corazón el deseo de formar una familia, custodie este deseo santo para poder en el tiempo oportuno vivirlo en la plenitud.
Éste es el primer pensamiento, la primera razón de vida: amar a Dios Padre Todopoderoso (Mc 12,30) y poder vivir la familia (cf. Mc 12,31) como célula fundante de esta humanidad, que llevará adelante esta humanidad (Gen 1,28), la resanará y la hará vencer. Sólo así podremos descubrir el sentido y la esencia de la Navidad y, como se dice, ser “más buenos”. En Navidad estamos llamados a ser “mas bueno”, se dice. Es verdad; pero no ser “más buenos” así como entiende el mundo, sino ser “más buenos” como entiende Dios, imitando y amando a su Bondad, el Amor hecho Persona (Tit 3,4). Este significa querer ser “más buenos” en el día y en el tiempo de Navidad, un día y un tiempo que no tiene tiempo, que es eterno, a fin de que cada uno pueda descubrir y amar a la Bondad de Dios (Sal 106,43) que nos reconducirá a conocer el Corazón del Padre y amarlo en su esencia y sustancia, que es Bondad, así como el Niño Jesús, en su santidad y en su niñez nos transmite, para poder volver a colocar en el centro el amor por San José, por María y por el pequeño Jesús. Y así sea.