La Colina santa de Dios

A aquellos que lo reconocerán (Jn 1,12; 1Jn 3,2b) le será dada la gracia de vivir eternamente al lado del Hijo de Dios. A aquellos que habrán querido y continuado a vivir sus enseñanzas (Sal 118,2) le será dada la justa recompensa del Padre (Sab 5,15). A aquellos que han mantenido viva la fe en el Hijo de Dios (1Cor 16,13; Hb 4,14) y conservado la rectitud y la santidad le será dado el Reino de Dios (Ap 11,17), un Reino de Paz y de Amor, que en la Pequeña Cuna elegida por el Padre se realiza. Todos aquellos que han acogido el anuncio – donado a muchos, a fin de que todos los corazones pudiesen acogerlo y vivirlo – que de la Tierra de Amor se ha levantado recibirán la sonrisa eterna de Dios.

De la Nueva Jerusalén, Rincón de Paraíso en Tierra (Ap 21,2), la voz del Cielo se ha levantado, para hacer comprender a los corazones humildes y sencillos, pequeños e inocentes (Lc 10,21), el completo amor del Padre, que en la manifestación del Hijo se ha presentado al mundo.

De un Rincón de la Tierra, en el ocultamiento del mundo, otra vez más la santidad ha llegado para hender la oscuridad (Lc 1,79), aquella oscuridad que el mundo ha querido para seguir alejándose del único Dios: un mundo corrompido y depravado que nuevamente ha apostatado de la verdadera fe y de la Alianza con Dios (Dn 11, 32).

Aquí está la Casa de Dios (Gen 28, 16-17), puesta sobre la Colina (Is 5,1; Ez 34,26) para iluminar y hacer viva la Llama del Padre. Una Colina viva, santa (Mi 4,8) que ha llegado a ser el único Monte (Is 2,2-5) donde los adoradores del Padre aman, viven el único Espíritu y la única Verdad (Jn 4,23-24).

Alrededor de la Colina de Dios todo se aplasta. Ya no colinas sino un calvero no más fértil (Jer 50,6). He aquí el desierto, humano y espiritual, que atenaza y atenazará los corazones (Is 64,9; Ez 26,14). Sobre este Monte (Is 65,9) la palabra y la gracia del Padre abundarán (2Cor 4,15). Una justa y santa brisa acompañará los hijos a vivir la eterna Luz (Is 60,19), con respeto al calvero donde la aridez, el calor no santo seguirán quemando y secando más y más: corazones, alma y espíritu, haciendo vivir y saborear ya sobre esta Tierra el alejamiento de Dios, para luego eternamente ser echados en el fuego eterno (Mt 13,42).

La Casa santa brillará (Hb 8,10). La casa impura sucumbirá (Ap 18,2). Una espada hiende y henderá más y más los fundamentos ya no apoyados sobre la roca, que es Cristo, sino sobre un terreno sacudido continuamente por el terremoto espiritual de Dios (Ap 18,10), que volverá a despertar las consciencias y conducirá los hombres de buena voluntad a comprender y a actuar, a fin de que la única verdad pueda más y más manifestarse como signo de la única Alianza renovada en el Niño Jesús.

El egoísmo cesará. Cesarán las injusticias. Cesará todo tipo de pecado y cesará toda maledicencia (Ap 19,1-2). Todo pensamiento no en línea con el pensamiento del Padre será vencido a fin de que la acción viva del Espíritu Santo pueda devolver el orden y la disciplina, en un mundo indisciplinado y gobernado por muchos que ya no logran y ya no quieren volver a encontrar la línea de la verdad, mezclando lo verdadero con lo falso, a fin de que lo falso pueda ocultar la enemistad, el pecado, el egoísmo y la maldad que cunden en este mundo.

El brazo del Padre está listo para actuar (Is 30,30; Jer 21,5) para hacer vencer y triunfar el único nombre que salva: Jesús (Mt 1,21), que en la Tierra bendita seguirá dispensando su Amor, por cada hijo y por todos aquellos corazones que llegarán en la Nueva Jerusalén anhelantes de vivir, amar y cantar las alabanzas del Altísimo (Sal 70,23; 83,5).