La comunión de los corazones
en el único Cuerpo, en el único Espíritu

Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). El Verbo, hecho carne (Jn 1,14), es Amor, Espíritu y Vida. La carne, sin el Espíritu, no sirve para nada ni dona la Vida (Jn 6,63).

Quien cree en Cristo, quien cree en su Espíritu, está unido no en el “recuerdo” de la Persona, sino en la unión viva del Espíritu, que es Santo y “es” Persona, “la” Persona glorificada en la acción del Hijo de Dios (Jn 17,1).

Quien vive y vivirá todo esto comprende y comprenderá la esencia y la sustancia, espiritual y no material, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (Jn 11,25). Quien vive y vivirá todo esto comprende y comprenderá la verdadera comunión de corazón, de alma y de espíritu con el Hijo de Dios (1Cor 1,9; 2Cor 13,13).

Cristo es la verdadera Vid (Jn 15,1), y sus hijos son sus sarmientos (Jn 15,2), en un único Cuerpo que dona la linfa que proviene del Padre (Jn 15,9), para poder alimentar el corazón, el alma y el espíritu, a fin de que todos puedan ser uno (Jn 17,21), para donar el Amor a todos aquellos que lo buscan; para donar el Amor a quien no lo conoce; para donar el verdadero Amor a quien lo ha perdido. Única esencia, única sustancia, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

He aquí la comprensión del único Espíritu, que es Uno y Trino, y procede para poder hacer comprender a los hijos de Dios y a quien está animado por la buena voluntad la Verdad entera (Jn 16,13).

Uno es el Cuerpo (Rom 12,5), uno es el Espíritu (Ef 4,4). Y el Espíritu no se puede contener en un Cuerpo ruinoso; caído, «Lo que está podrido, caerá», fue dicho. Y lo que ya ha caído, nunca más se levantará. Pero el Espíritu avanza, continua su acción en la historia para hacer comprender la única santa Verdad que salva (Jn 17,17).

Sobre la cruz ahora ya no será el Cuerpo de Cristo a ser nuevamente crucificado, aquel Cuerpo destrozado por el descuido y por la maldad del hombre y por aquellos que habrían tenido que alabar al Cuerpo, Templo del Espíritu Santo que es Dios (cf. Hch 2,23). Sobre la cruz, clavados por la Justicia del Padre, se quedarán los miembros (Mt 5,29) que han querido descarriar y cambiar las palabras y las enseñanzas de Dios, Uno y Trino; que han traicionado al Cuerpo, que es Cristo; que han traicionado al Espíritu Santo (cf. 1Cor 6,15).

El Padre en la Nueva Jerusalén (Ap 21,2) ha nuevamente renovado y restablecido lo que ha caído, para hacer avanzar, glorioso y triunfante, el único Cuerpo, el único Espíritu, para hacer comprender a todos el recto Camino, la única Palabra, el único eterno Amor que salva: Cristo.

Ahora la Verdad y el Espíritu hacen los corazones libres (Jn 8,32): de toda cadena humana y de miembros corruptos que han traicionado y siguen traicionando al Cuerpo y a la Sangre del Hijo de Dios, que en el Espíritu sigue manifestando su esencia y su sustancia, manifestándose totalmente en el Lugar elegido por el Padre (Ap 21,3) por el cumplimiento final.

En la Nueva Jerusalén están las antorchas ardientes del Amor de Dios Uno y Trino que, delante del Tabernáculo donde arde la Llama del Padre, seguirán haciendo vivir a todos la eterna fe, la única fe que es vida, vida eterna (1Tm 6,12). En la Tierra de Amor María, con su Amor maternal, alimenta aquella Llama ardiente que jamás se apagará, para donar y hacer vivir a todos los hijos aquella ligazón una y santa, indisoluble, con Dios: Hijo y Padre, Padre e Hijo, unidos en el único Espíritu que es Santo (Sab 7, 22-23).