La Cruz: signo de renacimiento
y de reconquista de los hijos de Dios

Quienquiera emprenda el Camino para reconocer la Verdad obtiene la Vida eterna (Jn 14,6), que sólo en Cristo Señor se realiza. Esta es la voluntad del Padre que, unida a la del Hijo, hace que cada hijo reciba como don el Reino (Mt 6,33), amado, prometido y cantado.

Esta es la oferta que parte del corazón del Padre y, con la total participación del Hijo, obtiene la salvación (1Ts 5,9) para todos aquellos que en el Hijo se identifican, quieren vivir y seguir amando (Jn 1,12). Una oferta viva, más y más viva, que ya no conducirá los hijos del Hijo, los hijos del Padre, a la muerte de cruz, sino a la muerte al mundo para hacer morir el mundo y hacer que el mundo vea la salvación, la luz, “el” Salvador (Lc 2,11).

La cruz no representa, entonces, el fracaso del Hijo de Dios y de sus hijos (Gál 6,14) sino es el renacimiento y la reconquista de los hijos en el Lugar, por el Lugar que el Padre les ha donado: la Nueva Jerusalén. Así como estaba escrito (Jn 14,2-3; Hch 1,11; Ap 21,2) es.

Muchos viven el Viernes Santo en el recuerdo lejano del Sacrificio del Hijo de Dios. Por muchos un recuerdo desteñido, hecho sólo de una recurrencia espiritual estéril, celebrada para salvar y salvaguardar las apariencias recordando lo que ha sido, sin dejar huella en los corazones y en el espíritu: una tradición vieja y añeja que cada año se vuelve a proponer, para salvar aquella aparente santidad, que está en realidad desnuda del verdadero Espíritu (Mc 7,8). No se puede vivir aquel momento santo sin ponerle el corazón, sin dar al corazón la justa oración y la justa espiritualidad, para coparticipar y vivir pero sobre todo para alegrarse por aquel recuerdo que cotidianamente se renueva, se actualiza, es: no de palabra sino en la cotidianidad, con el propio trabajo, con el propio sacrificio, con la propia gana y voluntad de estar con Cristo, por Cristo y en Cristo, para ser verdadero testimonio (Ap 19,10) de algo que no es abstracto sino que es real: el Amor del Hermano Jesús, el Amor del Amigo Jesús (Jd 21), el Amor total de aquel que viene (Hb 10,37), que está vivo y que no abandona a sus hermanos.

Jesús ha abandonado una casa – mejor es decir: un patio de su casa – que ha llegado a ser viciosa y vacía de su espíritu (Ap 17,3), que ha pensado en llenar los propios graneros de todo lo que es mundo, descartando lo que es Espíritu, haciendo llegar a ser estériles el corazón, la acción y las palabras. Una esterilidad espiritual que ha anulado Dios en muchos corazones, conduciendo una acción destinada a hacer estériles y víctimas aquellos que quieren mirar a la Verdad, mantenerse firmes en la verdadera fe y tener confianza en Aquel que es. Todo esto se ha perdido (Ap 18,19) y se ha perdido por una voluntad humana y por un “descuido” consciente.

Ahora por los hijos de Dios este yugo pesado ha acabado. Y el yugo se hace y se hará más y más pesado por aquellos que han fornicado con el mundo (Ap 18,3) poniendo en práctica todo tipo de abominación.

Coparticipar con Jesús significa abrir el corazón: no perder la propia libertad sino conquistarla para vencer, en el Nombre de Aquel que es, en el Nombre de Aquel que todo ha creado, en el Nombre de Aquel que en la Tierra de Amor ha posado su mirada para redimir de los pecados los hombres de buena voluntad (Lc 2,14) y donarles una vida renovada en la Bondad paternal.

Esta es la verdadera oferta (Hb 10,9-10) que, como Hijo de Dios, Jesús ha querido “donarse”: para donar la salvación; para volver a dar la dignidad; para ser uno con el Padre (Jn 10,30) y donar a los hijos su Amor de amigo, de hermano y de maestro, para hacer todos dignos de llegar a ser muchos pequeños Jesús.

Esta es la voluntad del Padre. Y este es el Amor de un Padre que quiere el bien por sus hijos, que ha vertido todo su Amor en la Nueva Jerusalén, la Tierra bendita. Y este Amor será preservado de los predadores y de todos aquello que quisieran corromperlo.

La verdadera fe, aquella auténtica, jamás se doblará: brillará y será faro del Amor de Jesús, del infinito Amor de Jesús. Será guía para todos aquellos que avanzar en la oscuridad. Será calor para quien vive en el frío. Será sostén y amparo para quien no tiene una casa y sobre todo para quien ya no la tiene (Ap 18,4).

He aquí la Casa de Dios (Ap 21,3). Venid y ved. Y aquí encontraréis al Niño Jesús (Lc 2,12).