La Cuaresma: el tiempo para volver a vivir Dios

La Cuaresma es un tiempo de gracia, que marca un nuevo inicio, un tiempo propicio para vivir y volver a vivir Dios como único Bien primario, poniendo en el centro el Amor, por Dios (Mt 22,37) y por los hermanos (Mt 22,39).

En este tiempo cada hijo de Dios y cada hombre y mujer de buena voluntad está llamado a volver sobre el recto camino (Pr 23,19), a alejar el desprecio y las rivalidades, a alejar la envidia y la celosía, a alejar la guerra y el pecado, que hace y hará cada vez más esclavo este mundo (Jn 8,34), que ya es esclavo de si mismo y de la propia maldad.

Volved sobre el recto camino, volved a Dios arrepintiéndoos y pidiendo perdón (Sal 129,4). Volved a la paz, para miraros y poder ama; para amaros y poder mirar a Dios, para arrepentíos y ser temerosos de Dios. Con esta actitud verdadera y profunda se puede restablecer el orden y la rectitud. Con estas armas santas se puede volver a encontrar la fraternidad y la concordia. Con las armas del amor y de la humildad se puede comprender al prójimo. Con las armas de la bondad y de la lealtad se puede comprender y amar al prójimo como a si mismos (Mc 12,33). Amando a si mismos se ama a Aquel que todo y todos ha generado, que ha dado el soplo de la vida y que ha hecho santos sus hijos (Lev 20,26), que tales habrían tenido que permanecer.

Vivid la Luz (Jn 1,9), mirad la Luz y tened el valor de pedir la fuerza de la Luz, el calor de la Luz, para poder renacer (Jn 3,5), para poder renacer (Jn 3,5), despojaros de vosotros mismos (Col 3,9), a fin de que podáis decir al Cielo: «Aquí estoy. Quiero renacer y vencer, contra mi para poder amar a Ti, Jesús que me has dado la vida por amor, sólo por amor».

El mundo vive en el desprecio. He aquí la rivalidad y el egoísmo que imperan en este mundo (1Jn 2,9). He aquí la venganza por toda injusticia sufrida: una venganza humana que arrolla el corazón y aniquila la mente. Dios es Amor, que en Cristo se manifiesta (1Jn 4,8): Amor misericordioso y justo, que dispensa su perdón y su justicia. Y como juez y legislador de este mundo Jesús manifiesta la línea del Padre que en su eterno juicio guía, escruta y actúa en el amor; y con el amor interviene (Sal 10,5).

La justicia de Dios es diferente de la justicia de los hombres (2Tm 4,8). La Justicia de Dios está centrada sobre el amor hacia el prójimo (Sap 1,1). Y como Juez de este mundo Jesús invita y llama cada hombre y mujer de buena voluntad no a mirar al prójimo como alguien para ofender y aplastar, sino como alguien para salvar y hacer santo, usando el amor, aquel amor que los hombres han por si mismos y que hay que verter en el prójimo que uno tiene enfrente.

Sólo con esta actitud y sentimiento se pueden volver a vivir unas buenas relaciones humanas para poder vivir aquellas espirituales, en la unicidad de la acción del Espíritu Santo, que ama, abraza y hace vivir (Stg 4,5).

En la Nueva Jerusalén vivo está el respiro del Padre, aquel respiro que continuamente regenera a vida nueva (Rom 6,4): aquella vida que tenía que ser amada, acogida y jamás abandonada.

Cada uno ponga en práctica con la fuerza del Espíritu y con la audacia que los hijos de Dios tienen que transmitir la fraternidad, no el egoísmo. Cada uno ponga en práctica el amor: individualmente, amando a la propia vida, como don del Padre; colectivamente, amando al hermano, como asamblea, para manifestar el ser Iglesia de Cristo; y el prójimo, como comunidad de personal, para ser como naciones y pueblos una única expresión del amor de Dios. Sólo con estos buenos propósitos se puede volver a vivir plenamente la vida, aquel don sacro que el Padre ha donado, para poder ser perfectos, como el Padre es perfecto (Mt 5,48).

Cada uno ambicione a alcanzar la santidad solicitada por el Padre, con todo si mismo, poniendo en práctica aquella voluntad viva de ser verdaderos y santos.

Dejad la iniquidad, toda su acción y todo lo que es mal (Rom 12,9).

Venid a Jesús para ser restaurados en el cuerpo y en el alma (Mt 11,28). Defended lo que es santo y amad a lo que es humanamente bueno, manifestándoos como verdaderos hombre y verdaderos cristianos, a fin de que puedan existir las justas condiciones para que el humano viva más y más lo que es divino.

Venid a Jesús, todos vosotros que tenéis hambre y sed de justicia (Mt 5,6), para no tomarse la justicia por su mano sino a fin de que el Padre pueda haceros justicia y santidad.

Venid a Jesús, vosotros oprimidos a causa de su Nombre (Lc 4,18). Y Jesús hará de aquella opresión su santidad, donada a vosotros para poder resplandecer en la eternidad.

Venid, vosotros que necesitáis reconocer el verdadero Amor (Ef 3,19), Cristo Amor, porque plagiados y crecidos en un mundo que todo ha despreciado. Convertíos y creed en Jesús y en Su Espíritu, que en esta Iglesia está y vive. Nueva Jerusalén (Ap 21,2): única ancla de salvación y antorcha ardiente del amor del Padre.

El mundo está desertizado. En la Tierra de Amor está el oasis de la eterna vida, donde el agua brota del Corazón del Padre (Ap 22,1): una agua viva y santa que quiere restaurar haciéndoos santos (Jn 4,14). Bebiendo de aquella agua ya no tendréis la necesidad de ir peregrinando para encontrar lo que pueda saciar vuestra sed. La Nueva Jerusalén es el Monte (Jn 4,21) en el cual el Padre ha puesto su Tienda (Ap 7,15). En esta Casa vuestra sed y hambre serán saciadas, porque el amor nutre toda cosa, aquel Amor santo, vivo que en la Nueva Jerusalén es Persona (Ap 7,17).

Amad para no despreciar. Amad para poder reaccionar en la santidad (Lc 6,27), manifestando vuestra dignidad de hijos de Dios. Amad no con hipocresía sino con rectitud y lealtad, manifestando vuestro ser hijos que con obediencia respetan la ley del hombre, respetando en primer lugar la ley de Dios (Mc 12,17). Respetando la ley de Dios somos verdaderos hombres y verdaderos cristianos. Y las relaciones interpersonales serán más y más productivas y santas.

Esta es la Ley que el Padre nos ha donado (Mc 10,19), a fin de que cada sociedad pudiese y pueda sustentarse y tener como guía su palabra, para vivir en la paz y en la concordia.

En todo tiempo ha habido una evolución. En todo tiempo la palabra del Padre se ha cumplido, para luego nuevamente completarse y hacer vivir cada sociedad bajo el signo de sus palabras. En Cristo la ley se cumple (Mt 5,17). Y en este cumplimiento está la sapiencia de Dios y la sapiencia del hombre que, casándose, dan vida a lo que es Vida, recibiendo como don la eternidad, a fin de que el corazón, alma y espíritu puedan vivir en la unicidad espiritual que sopla y regenera, en el corazón y en el alma.

Volved a vivir Dios como único Bien primario y nada faltará (Ez 18,32). Éste es el tiempo (Mc 1,15).