La enseñanza del perdón de Dios:
no una pretensión sino una conquista

En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén habita el Espíritu de Verdad (Jn 15, 26), bajado para hacer consistir todos en la Verdad (Jn 4,23), a fin de que la Verdad entera (Jn 4,23) siempre esté viva en el corazón de los hijos de Dios y sea acogida por quien está animado por la buena voluntad.

La Nueva Jerusalén (Ap 21,2) es la Casa de la verdadera fe, del verdadero Amor, de la verdadera libertad en Aquel que todo puede, en Aquel que hace libres, amantes de la Verdad (Jn 8,32) y santos en lo íntimo. En la Casa de Dios, los hijos están llamados a mantener con vida la santidad, a ser expresión de la santidad de Cristo Señor, a fin de que la universalidad del mensaje cristiano pueda atravesar toda frontera y abatir toda barrera.

La Nueva Jerusalén es la Tierra elegida por el Padre, donde Dios habita con sus hijos (Ap 21,3), aquel pueblo santo obtenido con el Amor (1Jn 4,16), con la constancia y con la santidad, a fin de que muchos puedan comprender la veracidad del mensaje que de la Morada de Dios se ha levantado (1Jn 3,24): el mensaje de la salvación eterna (2Tm 2,10), que para muchos es una paradoja pero que para los santos y para los creyentes en Cristo es y será la vida.

Quien quiere obtener la salvación está llamado a destacarse de todos aquellos que son presa del vicio (Sab 4,12), de todos aquellos que han hecho del vicio su camino de vida; de todos aquellos son presa de muchas francachelas (Rom 13,13) y que se han olvidado de la meta final del peregrinaje terrenal al cual todos están llamados (Jn 3,36). Quien con amor, voluntad y santidad, perseverará en recorrer el peregrinaje de la vida terrenal (1P 1,17), vivirá la meta final, sin fin, eterna (Jn 3,15-16).

En la Nueva Jerusalén el Padre ha puesto la puerta principal para entrar y alcanzar la meta final. Una puerta no ancha, sino estrecha (Mt 7,13-14). Quien desea entrar tiene que dejar fuera el propio “yo” con todo lo que ello conlleva (Lc 13,24). Quien desea entrar para luego sentarse al banquete eterno está llamado a renovarse, en el corazón, en lo íntimo, en el alma, para dejarse mondar (Sal 50,4) y pedir perdón al Padre por las propias faltas (Lc 15,21). No una enseñanza impregnada de hipocresía (Mt 23,23-24) sino una enseñanza verdadera y total: perdonar para volver a ponerse en camino; ser perdonados manifestando arrepentimiento sincero, para ser acogidos por Aquel que es vida, que dona la vida y la dona eternamente.

¡Ay de todos aquellos que utilizan el perdón para fines mezquinos e hipócritas (Mt 18,32-35)! Estos no serán perdonados sino aumentan su carga de pecado. Perdonar significa comprender la falta. Como consecuencia de esto, llenos de sabiduría sino revestidos de la sapiencia de Dios, se comprende si aquel sentimiento es sincero, para luego llegar a perdonar (Lc 15,32).

Incluso el perdón tiene que ser una conquista; y no una pretensión (Lc 15,18-20).

Para ser perdonados, cada uno tiene que ponerse en la condición de recibir el perdón. Sin embargo, como enseña Jesús, la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada (Mt 12,31). Las faltas y los pecados contra el Espíritu Santo, contra la Obra de Dios y contra Su Persona no serán perdonados (Mt 12,32). Esta es la misericordiosa justicia del Padre, que a través de la enseñanza del Hijo y la viva acción del Espíritu Santo se manifiesta.

La abominación de la desolación ha tomado la delantera en una casa (Mt 24,15) que ahora enseña que todo se le debe y que todo es y será perdonado. Pero, en cambio, la Verdad de Dios (Jn 14,17) enseña que no se puede vivir manifestando y practicando todo lo que uno quiere pensando, luego, que será tranquilamente perdonado. El ojo del Padre todo ve y su oreja todo escucha. El Padre ha concedido la libertad a la humanidad, que en estos tiempos duros y difíciles es aún más dura en la obstinación y en el corazón respecto al pasado (Gal 5,13; 2P 2,19). Pero ahora como entonces la humanidad será juzgada según todo lo que habrá cometido, cosas buenas y menos buenas (Ap 19,11).

Este es el perdón de Dios, que nadie nunca podrá utilizar por un interés personal (Hch 5,31-32). Todo se puede hacer delante de los hombres: mentir, engañar y decir lo falso, así como practicar la Verdad. Pero delante del Padre Todopoderoso, que todo ve y todo sabe, nunca escapará (1Sam 2,3). Y toda montaña de hipocresía será movida, abajada, abatida (Mt 17,20). Y los hijos de Dios podrán vivir en la Verdad entera, para llevar a cumplimiento como protagonistas el plan de Amor y de Redención que en la Nueva Jerusalén se cumple y se cumplirá (Jn 16,13).