La gracia de vivir la Nueva Jerusalén
El pueblo de Dios está en marcha para vivir más y más en la plenitud el Reino (Is 9,6; Mt 6,10; 7,21) y alcanzar la destinación del camino cristiano (Jn 3,16; 5,24) que para muchos, ya desde ahora, es gracia (1Cor 1,4).
Para quien vive ya ahora la Nueva Jerusalén la gracia está viva (Jn 1,14). Y la gracia inunda e inundará aún más todos los corazones permanecidos fieles al Misterio del Dios Niño (Sal 114,1), aquel Misterio santo que el Padre ha revelado al corazón de María Giuseppina Norcia, la mozuela llamada por Dios en los últimos tiempos para desvelar y donar el Misterio del Dios Niño (Hch 1,11) a todos los hombres que habrían acudido a la Tierra bendita por el Padre (Ex 3,12) para alabar, amar y vivir al Dios Uno y Trino (Gal 4,6), bajado como Niño para ser nuevamente acogido, amado y vivido.
La gracia es y será recompensa santa para todos aquellos que, manteniendo viva la fe en el Dios Niño (Sap 4,15), han actuado, han amado y han combatido para vivir y hacer vivir la voluntad del Padre (Mt 12,50), que en la Tierra de Amor se ha manifestado, se manifiesta y más y más se manifestará (Jer 31,2).
La gracia está viva y abundante para cada hijo (Sal 30,22) que, ardientemente, ha deseado y desea seguir el Camino, amar a la Verdad y alabar la Vida (Jn 14,6).
La gracia está viva (Sal 35,6) y más y más llenará los corazones, llenará el espíritu y donará alivio al alma de quien, en la Tierra de Amor (Sal 22,6; Sap 3,9), quiere descansar para vivir aquel oxígeno puro que cotidianamente purifica, santifica y vivifica, con su acción benéfica y santa. Es esta la acción del Espíritu Santo Amor que en la Tierra bendita por el Padre está vivo (Jn 14,16.26) y dona a todos su vivo temperamento santo, su vivo ardor y su vivo Amor (Sal 102,8; 116,2; Jn 15,9) de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo (Mt 28,19).
Esta es la gracia de los hijos de Dios (Sal 35,8). Esta es la beatitud santa que en la Nueva Jerusalén se vive y se experimenta en la cotidianidad (Is 2,3), extraordinaria para muchos, ordinaria por los hijos fieles de Dios (Jn 4,23). Este es vivir el Espíritu del Emmanuel, el Dios-con-nosotros (Jn 14,17; Ap 21,3), que ama, camina y vive para hacer vivir todos en la armonía santa y celestial.
Esta gracia para muchos será también justicia (Sal 35,11; 88,15), aquella justicia paternal que agradece a los hijos de Dios: la justicia, misericordiosa justicia (Prov 21,21), que al mundo no comprende (Sap 9,5). El tiempo pasa y en cada tiempo la actuación de la justicia viva y santa se cumple (Bar 5,9).
La Nueva Jerusalén es la Madre Tierra, la Madre Iglesia (Ap 21,2.10), la Iglesia de la salvación (Is 12,3; 51,4-8), donde habitan los hijos del Dios Uno y Trino: aquellos que viven para conquistar la salvación (Is 25,9; Ap 12,10), aquella salvación que dona la vida (Sal 26,1; Is 52,7; Hch 4,12; Hb 9,28; Ap 7,10), la única y eterna vida (Jn 6,68; 1Jn 5,20), en Cristo (Jn 17,3) y en María (Lc 1,28.49).