La Iglesia de Cristo renovada en el Amor

La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo (Col 1,18), está formada por los santos y por aquellos que, amigos (Jn 15,15) y hermanos de Jesús, siguiendo su ejemplo han donado y donan su vida al Padre, uniendo los corazones a su Corazón, en la unión santa que en la Cruz de Cristo encuentra cumplimiento (Mt 16,24; Mc 8,34), cual signo indeleble del infinito Amor de Dios: el Amor de un Hombre-Dios que todo ha tomado sobre Sí (Col 1,20; Flp 2,8), levantándolo al Padre para liberar cada hijo que en la Cruz de Cristo se ha revisto, se revé y se rencuentra (1P 2,24).

En el día santo y solemne en el cual viva está la unión entre el Cielo y la Tierra, la linfa celestial llega al corazón de los hijos de Dios (Jn 1,12), a fin de que a una sola voz todos puedan alabar a Dios y cantar sus alabanzas, aquellas alabanzas que conducen y conducirán los hijos al arribo final, Corazón del Padre, Tierra de Amor, Nueva Jerusalén, donde se vive la eternidad y la santidad (Flp 3,14).

El mundo no ha comprendido y no quiere comprender el verdadero Amor (Ef 3,19), Cristo Amor (Jn 4,24). Así el Cielo se abaja sobre la Tierra de Amor para unir y manifestar su viva cercanía y su viva acción, a fin de que los hijos de la Madre Iglesia puedan cada vez más manifestar el llamado recibido: apóstoles de todas gentes (Mt 10,2); mensajeros de la única Verdad (Jn 15,26); portadores del Espíritu Santo (Jn 16,13), a fin de que el mundo pueda nuevamente revestirse de su Luz, de aquella Luz que irradia cada corazón para hacer que muchos lleguen a ser lámparas de la única y verdadera fe: la fe en el Hijo de Dios (Mt 16,16), verdadero Hombre y verdadero Dios. Conociendo, amando y teniendo fe en el Hombre-Dios llegamos a ser verdaderos hombres – buenos, rectos y leales – y cristianos auténticos, haciendo del propio corazón, de la propia vida y de las propias acciones una ofrenda cotidiana grata a Dios, Padre Todopoderoso.

Esta es la enseñanza de la Iglesia de Cristo, que aporta en dote las enseñanzas (Sal 118,2) vivas e imperecederas que el mundo no quiere comprender, pero que aquellos que están animados por la buena voluntad deben encarnar, alejando toda tentación y venciendo el mal y el pecado (Mt 6,13). El pecado divide de Dios. En el pecado uno está unido al mundo, a un mundo que rechaza Dios y su Obra, que rechaza su intervención y su amistad (Rom 5,12). Dios Padre Todopoderoso juzgará cada hombre por las obras, la fe y por la caridad que cada uno habrá usado. Pero en el pecado no está la luz y uno no puede revestirse de la luz y de la gracia de Dios (Rom 6,23). La luz y la gracia de Dios están vivas done hay voluntad (1Jn 2,17) y humildad (Lc 1,48), obediencia (Hb 5,8) y pureza (Sir 51,20), amor (Mt 22,37-40) y oración (Sal 140,2).

En la Tierra de Amor el Niño Jesús ha bajado del Cielo para llevar nuevamente la Luz y la gracia (Jn 1,14) a fin de que todos tengan nuevamente la posibilidad de vivir una vida correcta y santa, buena y veraz, para hacer que todos sean instrumentos en las manos de un Dios que quiere sólo el Bien por sus hijos.

Esta es la Iglesia de Cristo. Éste significa vivir la Iglesia de Cristo, en unión con los primeros Apóstoles y amigos de Jesús, aquellos que han recibido las enseñanzas del Maestro y que han divulgado aquellas enseñanzas a todas las gentes (Mt 28,19-20), enfrentando y venciendo ellos mismos muchas polémicas (Hch 4,7), muchas vicisitudes (Hch 5,17-18) y muchas calumnias y complotes (Hch 23,20-21). Pero vivo en ellos se ha mantenido el Espíritu del Dios viviente (Hch 27,29). Nunca el Padre ha abandonado su acción, su obra, su cotidianidad. Ofreciendo y sufriendo, aquellos primeros amigos han instaurado en el corazón de todos los hijos de Dios la cristiandad, auténtica y viva (Hch 28, 25-30).

En la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén los hijos de Dios están llamados, en estos tiempos duros y difíciles, a volver a vivir aquella originalidad que hunde sus raíces en el pasado para hacer vivir ahora el presente y aunar las gentes, para hacer vivir la eternidad a todos los hombres de buena voluntad (2P 3,18).

Los hijos de la Madre Iglesia tienen que sentirse estimulados a amar y a seguir amando, a difundir la única y santa doctrina que es Cristo (2Tm 4,1-4), a fin de que proclamando a su Nombre toda rodilla se pliegue (Flp 2, 10), con la fuerza del Espíritu y con el Amor por la Verdad, que el mundo no comprende pero que los hombres de buena voluntad quieren buscar y encontrar: aquella verdad que hace libres (Jn 8,32) y que anulará las deviaciones que otros han creado, a fin de que los hijos de Dios puedan volver sobre el único Camino, Cristo (Jn 14,6), en el único Redil y en el único Patio donde el Amor de Dios ha puesto su tienda (Ap 7,15-17), estable y eterna, para hacer vivir a todos el ser “Iglesia”, Asamblea de los creyentes en Cristo, Iglesia de Cristo, imperecedera y eterna (Mt 16,18), la Iglesia que hace estar los hijos en comunión con el Corazón del Padre (1Jn 1,3), Aquel que sólo dona la Vida (Jn 17,3).