La Navidad de Cristo se vive en el corazón,
de Espíritu a espíritu nace el Amor
Fiesta Solemne de la Navidad del Niño Jesús
25 de diciembre de 2020
Evangelio: Juan, Cap. 1, vv. 1-18
Homilía del Pontífice Samuele
¡En el mundo la Luz verdadera ha vuelto (Jn 1,9)! Paz y amor a todos vosotros que la habéis acogida y que os habéis revestido de su Luz (Jn 12,36), queriendo renacer de lo Alto (Jn 3,3), dejando lo que es viejo para revestiros de la novedad que es Cristo (Mt 9,16-17), Luz del mundo (Jn 8,12).
He aquí la fiesta de los hijos de Dios. He aquí la fiesta de los que quieren ser “hijos” y que, con concienciación, viven esta filiación en Cristo Jesús (Rom 8,14). Quien ama a Jesús, quien reconoce en el Niño Jesús el Hijo de Dios, es “hijo” del Padre (Jn 1,12).
Bienaventurados vosotros que, habiendo seguido y reconocido la Estrella (2P 1,19), habéis llegado a la Gruta, a la última Gruta donde poder contemplar el Salvador. Bienaventurados vosotros, que os habéis despojado de la humanidad, de lo que es pasado, para poder reconocer, en el Niño Jesús, el Hijo del Padre, Cristo Señor, que el Padre ha nuevamente donado a esta humanidad (Mc 10, 28-30), a fin de que las tinieblas que envuelven esta humanidad puedan nuevamente dar paso a la Luz, a la Luz y a los hijos de la Luz (Jn 12, 35b-36a).
Quien se reviste de Cristo Luz brillará y manifestará la Luz a todos aquellos que querrán recibir la Luz (Jn 3,21), querrán vivir la Luz, querrán revestirse de la Luz, para poder vencer la oscuridad y el frío que nuevamente muchos advierten (1Jn 1,7), sobre todo en estos tiempos duros y difíciles. Ningún frío, ningún hielo para los hijos de Dios, que son calentados por la Llama que arde en el Corazón del Padre (Ex 3,2; 24,17). Aquel Padre Bueno y Santo que, en su infinita misericordia, se ha inclinado sobre esta humanidad árida y perdida para donar nuevamente una Parte de su Corazón e iluminar el camino de Sus hijos: Cristo, Luz del mundo (1Jn 2,8).
«En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció́. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios» (Jn 1,10-13). Dios en esta Tierra de Amor regenera sus hijos, haciéndolos renacer en el Espíritu (Jn 3,5), a fin de que estos hijos puedan llevar en el corazón el signo que es Luz (Lc 2,12).
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). He aquí la Gracia y la Verdad que acompañan el camino del Hijo y de los hijos (Sab 3,9).
Hoy queremos dar alegría al Corazón del Hijo, queremos calentar el Corazón de nuestro Jesús, a fin de que Jesús pueda encontrar en esta Casa aquel calor que advirtió hace más que dos mil años, cuando nación en aquella humilde pero preciosa Gruta de Belén (Lc 2,7). He aquí esta “segunda y última Gruta”, dice Jesús, donada a esta humanidad. “No habrá otra nunca más”. Y esta Gruta brilla y brillará de la Luz.
¡Hoy es fiesta, hermanos! Hoy festejamos y queremos alegrarnos para todos aquellos que han abrazado la Luz venida en el mundo (Hch 1,9-11); queremos dar alegría a todos aquellos que, a pesar de las dificultades, son fieles al Hijo de Dios, quieren mantenerse fieles al Hijo de Dios, viven por el Hijo de Dios.
¡He aquí la alegría de la Navidad de Cristo! ¡He aquí la alegría de todos los hijos de Cristo! He aquí esta Casa, Casa de la Luz, Casa de la Vida (Jn 1,4), donde Jesús ha bajado nuevamente para volver a donar la Vida a todos Sus hijos (Jn 3,15). Una Casa viva, una Casa fuerte, una Casa que hace apreciar a todos aquellos que la habitan aquella dignidad y aquel orgullo de ser hijos (Ap 21,3). No cristianos abatidos, no cristianos desconsolados, no cristianos siempre “aporreados” y regañados, sino cristianos que avanzan con el corazón alto, orgulloso, que en el momento en el cual respetan los mandamientos del Padre (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21), en el momento en el cual respetan el mandamiento del Amor (Mt 22, 36-40; Mc 12,28-31) que Jesús, hermano y amigo, nos ha enseñado no deben inclinar la cabeza. Permanecer humildes, pero alegres, llenos de amor y avanzar con la cabeza alta por las calles de este mundo (Rom 12,12; 2Cor 13,11; 1Ts 5,16), queriendo llevar esta dignidad y esta realeza (1P 2,9) a todos aquellos que en este mundo se han perdido, a todos aquellos que han perdido el entusiasmo por vivir, a todos aquellos que han perdido la gana de vivir y que cansadamente intentan sobrevivir.
He aquí mi oración y mi pensamiento particular en esta santa Navidad, para todas las personas solas y abandonadas, en el físico y en el espíritu; para todos aquellos que están enfermos y encarcelados, en el físico y en el espíritu; para todos aquellos que han sufrido violencia y que han sido abusados, en el físico y en el espíritu; y para todos aquellos que han perdido el entusiasmo por vivir la vida, todos aquellos que han muerto en el espíritu en la espera de morir también en el físico. Levantad la cabeza, hermanos, hoy es día de Vida (Jn 3,16), hoy es día de Luz (Is 60,1). Cristo Luz viene para hacer volver todos a la vida, a la vida verdadera, a la vida llena, a la Vida (Jn 3,36a; 5,24; 6,40; 17,3) que es Gracia y Verdad (Jn 1,17). Dejaos conducir por el Espíritu de Verdad (Jn 14,17; 15,26; 16,13) que os conduce en esta Tierra de Amor a volver a descubrir Aquel que es Vida, Aquel que el Padre nos ha donado para donar a todos la Vida eterna (Col 3,4; 1Jn 2,25; 5,20) en Cristo, con Cristo y por Cristo; en María, con María y por María.
Hoy es la fiesta de todos aquellos que aman al Redentor (Is 59,20; 63,16b) y de todos aquellos que, en el Redentor, aman a la Corredentora (Lc 2,34-35): María, la llena de gracia (Lc 1,28), aquella que ha sido revestida de la potencia y de la gracia del Padre. Y es la fiesta de todos aquellos que han encarnado y que quieren encarnar sus virtudes, para poder amar al Niño Jesús como Ella lo ha amado.
He aquí la fiesta de quien está en el Cielo y de quien continua el camino sobre esta tierra. He aquí la fiesta de María Giuseppina, aquella que ha encarnado a la perfección las virtudes de María Santísima (Mt 5,3-11), aquella que se ha hecho Cuna viviente para acoger al Niño Jesús, la Luz que ha venido en el mundo, aquella Luz de fuego que nuevamente será visible en el corazón y en el espíritu de todos aquellos que aman a Dios; y será visible incluso por todos aquellos que, animados por la buena voluntad, están en búsqueda del signo del Padre (Mt 24,30), para poder comprender, hoy, qué hacer para no perder el Camino (Hb 10,19-20), para mantenerse anclados en la única Verdad que salva (Jn 17,19) y para, así, ser encontrados dignos de heredar la Vida eterna (Jn 1,4).
¡Venid hermanos, venid! Seguid a la Estrella, así como nosotros hemos hecho: hemos seguido a María, Estrella, y no hemos quedado decepcionados; y hemos llegado aquí, para contemplar al Niño Jesús. Así haced vosotros también: seguid a María, la Estrella que os conduce a contemplar al Salvador (Sof 16-17; Hch 5,31; Flp 3,20), el Niño Jesús, aquí bajado, aquí nacido, para llevar su Luz al corazón de todos.
Seguirá brillando la Luz en el corazón de los hijos que quieren mantenerse fieles a aquel que es Luz (Ap 21,23-24); seguirá brillando la Luz para todos aquellos que no se cansarán de caminar todos los días para poner en práctica las enseñanzas de Jesús, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), único Salvador del mundo (1Tm 4,10); seguirá brillando la Luz en el corazón de todos aquellos hijos que, conscientes de la filiación y de la dignidad que el Padre les ha conferido en Cristo Señor (Rom 8,14-15), vivirán para testimoniarla y llevarla a todos.
Faltará la Luz para los agentes de iniquidad, para aquellos que se obstinan en tramar y en actuar en la oscuridad, para hacer lo que es mal ante los ojos del Padre (Jn 1,5; Ap 18,23); faltará la Luz en el corazón de quien odia al hermano, de quien levanta la mano al hermano (Jn 3,19-20; 1Jn 2,9).
“No matarás”, está escrito (Ex 20,13; Dt 5,17). ¡Ay de quien levanta la mano al hermano! Aún más grave cuando se piensa hacerlo en el Nombre de Dios. ¡Grave pecado! Gran sufrimiento provocado al corazón de quien, con tal de permanecer cristiano, con tal de conservar la propia fe, está dispuesto a perder esta vida, en este mundo, con tal de rencontrarla en el Cielo (Mt 5,20-11; Lc 6,22-23). Estéis en nuestro corazón, hermanos: vuestro martirio en esta Iglesia jamás será vano. Aquí no hay ninguna ramera (Ap 17,3-5) que bebe vuestra sangre y que desprecia vuestro martirio (Ap 17,6a). Aquí está la Mujer, la nueva Mujer, María, Madre Iglesia, Nueva Jerusalén (Ap 21,2), que en su Seno os aprieta para amamantarlos con su leche y con su miel (Jer 11,5a).
He aquí el camino de nosotros los hijos sobre esta tierra, queriéndonos unir a aquellos hermanos y a aquellas hermanas que están en el Cielo para vivir aquella única comunión que hacer ser Luz, Cristo Luz de todas gentes (Lc 2,30-32).
Quien quiere vivir la Luz venga aquí, para reconocer el Vástago que ha nacido de Jesé (Is 11,1), para poderse hacer, a su imagen y semejanza (Gen 1,26), árboles frondosos que no han caído durante la tempestad y las intemperies, sino que se han mantenido firme en la fe (Mt 7,25), enfrentando toda prueba con dignidad, sabiendo que esta Iglesia ha surgido para llevar la Luz, para llevar la Verdad y no otro.
El mundo verá, comprenderá y apreciará el sacrificio de quien anima esta Iglesia, de todos aquellos que son fieles de esta Iglesia. El Padre volverá a donar dignidad a esta Pequeña Cuna del Niño Jesús, a fin de que muchos puedan ponerse en marcha y venir a adorar a aquel que ha nacido (Ap 12,5), aquel que ha nacido para hacer renacer todos a Vida nueva (Ap 20,6). Esta es la realeza y la Luz que hoy Jesús nos dona.
¡Estéis alegres, hermanos! Fuera las angustias, fuera los sufrimientos. Con mayor razón en este tiempo, donde mucho y todo parece cerrarse, abrid el corazón a Jesús, para dar centralidad a la familia, para hacer que la familia pueda vivirse aún más en aquella intimidad santa que nos hacer estar en Cristo, con Cristo y por Cristo. Apretémonos en aquel único amor que hace apreciar la Iglesia doméstica, familia, en aquel amor que circula entre padre, madre, hijos; esposo, esposa (Jn 13,35). He aquí la esencia del llamado que el Padre nos hace volver a descubrir en este tiempo. Mientras muchos se desesperan y no saben como pasar el tiempo, uníais, amáis, en la oración viva y santa (Sal 64,3; 68,14), para poder manifestar la familia c r i s t i a n a que se reúne para celebrar Cristo Luz, en aquella intimidad que hace ser todos cercanos, aunque si físicamente lejanos.
He aquí el sentido de la familia y he aquí la sacralidad de la vida, aquella Vida que hoy nace para hacer que todos renazcan (Jn 17,3). Estos los dos pilares fundamentales de nuestra Iglesia: familia, sacralidad de la familia, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia (Lc 2,16): he aquí el símbolo del pesebre; y Vida, sacralidad de la Vida, Cristo Vida, nueva Vida (1Cor 5,22; Col 3,4): he aquí el árbol, el significado del Árbol nuevo que se ilumina y dona la Vida (Ap 2,7; 22,2). Conservadlos estos dos símbolos: pesebre y árbol. Mantenedlos así como la tradición nos se lo ha donado; no los volquéis, a fin de que nadie pueda volcar el significado original de estos dos símbolos: guardadlos y vividlos, no como una reliquia sino como lo que es vida. Familia y vida: las dos columnas que sustentan esta sociedad, que quisiera hacer derrumbar tanto la familia como la vida. Esta sociedad ha lanzado el más grande ataque de la historia a la familia y a la vida; pero esta Iglesia mantendrá firme estos dos cimientos (Ap 12,7); y sustentaremos esta sociedad para volver a hacerla resplandecer y vencer, en Cristo y María.
Esta es la Navidad. Unidos en el amor del Niño Jesús, unidos en el amor de María para manifestar la Bondad de esta Casa (Sal 25,3), aquella Bondad que dona perfume, sabor y amor (Sal 26,13), aquel amor que ahora, queridos fieles, queridos hermanos, os debe unir, nos debe unir y nos une para hacernos ser “Uno por todos y todos por Uno” (1Jn 4,16).
Con el corazón os miro en este día y en esta particular celebración; y os transmito todo mi amor, para haceros sentir unidos a mi corazón, al corazón de estos hermanos, a fin de que unidos los unos a los otros en el corazón, en el espíritu y en el alma podamos seguir tomando parte con aquel que es Pan vivo bajado del Cielo (Jn 6,51), para calentar el corazón el uno al otro y vencer. Porque esta Iglesia ha nacido para vencer. No una comparsa, una Iglesia de las muchas, sino “la” Iglesia que el Padre ha querido y ha instituido para hacer triunfar Cristo y María. Y así sea.