La niñez eterna de la Iglesia de Cristo

Viva está la devoción de los hijos de la Madre Iglesia a aquella que es Madre, Reina y Corredentora universal (Gn 3,15; Lc 1,28.30-31.47-49; Ap 12). Y cuanto más viva estará la devoción, el amor a su corazón, tanto más alegre y victorioso será nuestro camino eclesial, el ser asamblea de los creyentes en Cristo, el Dios Niño que en la Nueva Jerusalén ha bajado para llevar a la salvación todas las gentes.

Jesús les pide a sus discípulos que se conviertan todos los días para volver a ser niños en el corazón para llegar a ser adultos en la fe (Mt 18, 3-4), columnas del templo de Dios, que jamás derrumbarán, sino que permanecerán firmes en la fe, para llevar todos a Cristo y a María. Jesús enseña que quien quiere ser grande tiene que hacerse pequeño, como los niños: no ingenuos sino dóciles a la voluntad del Padre, como ha hecho el pequeño Jesús (Lc 3,51-52), como ha hecho María niña y como ha hecho, desde pequeña, María Giuseppina Norcia, que ha crecido obedeciendo a Jesús, permaneciendo dócil a su voluntad, diciendo cada día: “Haz de mi lo que Te agrada. Hágase Tu voluntad”.

Éste significa renacer de lo Alto (Jn 3,3), para ser hechos nuevos en Cristo y María, para vivir como eternos niños que viven con responsabilidad y concienciación el llamado recibido, siguiendo el ejemplo de Cristo y de María. Éste es el llamado de los niños de Dios, aquellos que siguiendo el ejemplo del Niño Jesús quieren llegar a ser grandes, sin quemar las etapas corriendo así el riesgo de quemar la juventud en el mal y en el pecado, sino queriendo crecer como verdaderos hombres y verdaderos cristianos, respetando y amando al prójimo y respetando y amando a los Diez Mandamientos del Padre (Ex 20,1-17; Mt 22,37-40), como ha hecho el pequeño Jesús.

Esta es la enseñanza imperecedera y eterna de Jesús. Los Diez Mandamientos son absolutos y hay que amarlos y comprenderlos en el Mandamiento del Amor del Hijo. El Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre. El Padre y el Hijo son uno (Jn 17,11b). Ay de todos aquellos que intentan e intentarán dividir el Padre del Hijo y el Hijo del Padre (1Jn 2,22). Estos ya han perdido y más y más perderán la amistad con Dios (Jn 3,36).

Esta es la fe cristiana universal de los nuevos cristianos renacidos en el Espíritu, de los hijos de la Madre Iglesia, Una, Santa y Universal, que quieren ser niños en el corazón, muriendo a lo que es mundo (Ap 7,14), para llegar a ser grandes en el Reino de los Cielos, que en la Nueva Jerusalén ya es. Quien, renacido de lo Alto, quiere permanecer eternamente joven, está llamado a ofrecer y a sufrir por amor de Jesús y de María, siguiendo el ejemplo de los santos y de los mártires de la cristiandad que todos han ofrecido por amor del Señor (Ap 12,11). Como Jesús ha revelado a María Giuseppina Norcia, “la salvación estará, pero no puede ser un regalo”. Dios en su infinita misericordia (Sal 105,1) ayuda a los hijos, pero los hijos tienen que estar listos, para manifestarse al mundo como verdaderos hombres y verdaderos cristianos. Como se dice, “ayúdate que Dios te ayudará”.

Quien ama a Dios, respeta los Diez Mandamientos y se salva. Quien no, se pierde y se va al infierno. Esta es la verdad, simple y absoluta. He aquí la enseñanza imperecedera del Maestro que los hijos están llamados a encarnar y a hacer revivir a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Quien quiere ser santo tiene que cortar todo lazo con el pecado, a fin de que se pueda ser puros y santos desde ahora, como María, la toda santa, la toda pura, aquella que en el espíritu ha re-generado los hijos de Cristo. La Madre Iglesia no ha titubeado en cortar del propio cuerpo aquellos miembros que eran de escándalo (Mt 18,8-9), para manifestar hoy su niñez santa, su bondad y su autenticidad. Una iglesia pura, mozuela, ataviada para su esposo (Ap 21,2), que a través de los eternos niños, manifestará al mundo Jesús, aquí bajado (Hch 1,11) Niño para reconducir todos a la niñez inicial, para atraer todos hacia sí con su Bondad y misericordia, para curar un mundo mortalmente enfermo, presa del vicio, del pecado y de la corrupción. Un mundo que sin la ayuda de Dios ya no se vuelve a levantar.

Esta es la Iglesia de María, la eterna Mozuela; la Iglesia de aquellos que quieren ser y vivir como eternos niños, que viven y se emocionan y se alegran por cada pecador que se convierte, por cada enfermo que está curado y que vuelve a vivir (Lc 15,10).