La Santísima Trinidad avanza,
consiste y confluye en Cristo Amor

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt 28,19), única expresión del verdadero Amor, el único Amor donado para que todos pudiesen y puedan conocerlo, vivirlo y amarlo (2Jn 3). Estar en el Amor para poder ser por el Amor; y con el Amor poder vencer contra todo y todos (1Jn 5,4-5): el Amor del Padre, el Amor del Hijo y el Amor del Espíritu Santo, que manifiesta la esencia y la sustancia de la Trinidad.

He aquí confluir en una única expresión la sustancialidad del Amor Trinitario, que en el Hijo se manifiesta, se cumple y es Persona (Jn 1,14).

El mundo no acogió, entonces, al Amor del Hijo, que manifestaba la viva presencia del Padre. Un Padre bueno que quería dar a conocer a la humanidad su esencia y su sustancia, a fin de que la voluntad del Padre pudiese enraizarse en el corazón y renovar la humanidad en el verdadero Amor, a fin de que toda relación y todo pensamiento pusiese como base una nueva manera de relacionarse y de fraternizar, reconociendo el hermano, el Padre, en aquel que ha venido para donar la vida.

La humanidad no ha acogido al Hijo enviado por el Padre (Jn 1,1). El Hijo ha sido amado por pocos, alejado por muchos porque la lógica del mundo había llegado a ser superior a la voluntad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Muchos no trabajaban y no trabajan más para hacer que se conozca la voluntad de Dios, sino la del propio “yo”, llegado a ser poder absoluto para no compartir sino para utilizarse para aplastar y ser venerados como dioses (cf. Mt 20, 33-39). La expresión viva del Amor de Dios ha sido y es nuevamente crucificada. Y con motivo de esto, el Padre ha condenado a aquellos hombres y condena nuevamente a aquellos que, otra vez más, se obstinan en traspasar, crucificar el Amor (Ap 11,8), que en la Nueva Jerusalén ha bajado y está vivo.

La victoria será de Dios Uno y Trino (1Cor 15,57): del Hijo y del Espíritu Santo, porque el Padre nada concederá y dejará al espíritu inmundo, excepto la posibilidad de llevar consigo todos los agentes de iniquidad. El Padre condena toda forma de violencia hecha hacia sus hijos y hacia aquellos que por su voluntad manifiestan su esencia y su sustancia.

Los hijos de Dios confluyen en el Amor del Padre y son viva expresión de Dios, Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Fuente de eterna vida (Ap 21,6).

En la Pequeña Cuna del Niño Jesús, Tabernáculo divino, el Padre derrama su viva paternidad, que con Bondad y Sapiencia distribuye y distribuirá a todos aquellos que quieren conocer, vivir y amar al Padre, que hará escuchar el terremoto (cf. Mt 27,54; 28,2) de su justicia, para devolver a los justos su vivo y eterno Amor y hacer más firme su Alianza, única y santa, que en la Nueva Jerusalén ha estipulado por la eternidad (Ez 37,26).