María, concebida en el Amor del Padre
y revestida de Su omnipotencia

Fiesta Solemne de la Inmaculada Concepción
Inicio del Año Litúrgico 2021
8 de diciembre de 2020

Evangelio: Lucas, Cap. 1, vv. 26-38
Homilía del Pontífice Samuele

Empezamos hoy nuestro nuevo año litúrgico, en María, con María y por María. Lo empezamos en este día, día de la Inmaculada, día dedicado al Corazón Inmaculado de María, día dedicado a vivir la fiesta de Aquella que ha sido concebida sin pecado, la Inmaculada (Lc 1,28).

La Inmaculada ha marcado el inicio, un nuevo inicio, de la historia de Dios: el inicio de la historia de la redención. Y así, esta Madre Iglesia, siguiendo el ejemplo de María, quiere empezar el año litúrgico encomendándose y consagrándose, así como acabamos de hacer, a su Corazón Inmaculado, para poder encontrar refugio bajo su manto y para podernos hacer tomar de la mano por aquella que es Madre (Is 7,14b; Lc 1,31-33), a fin de que nos pueda acompañar durante todo este nuevo año para poder vivir más y más Jesús, su unigénito Hijo (Mt 1,21-23); y poder, así, dar alegría al Corazón del Padre.

Este año litúrgico tendrá el propio momento central en la celebración de la santa Pascua, que este año caerá en el día 4 de abril; y el otro momento central en la fiesta del Niño Jesús, que ha marcado el inicio de este Misterio, que este año caerá en domingo, 13 de junio. La Cuaresma iniciará miércoles 17 de febrero; y el último domingo del año litúrgico, dedicado a la fiesta del Corazón del Padre, caerá en el día 5 de diciembre. Las fiestas queridas a esta Iglesia, dedicadas a María Santísima: 15 de mayo, fiesta de la aparición de María de la Nueva Jerusalén al mundo entero, caerá en sábado: sábado 15 de mayo; y celebraremos de manera solemne la Asunción, el 15 de agosto, que caerá en domingo.

Un año litúrgico en el cual veremos el evangelista Mateo acompañar el camino de nosotros los hijos, que meditaremos su evangelio: un evangelio rico de motivos de inspiración, en este nuevo ciclo, que verá la Iglesia recomenzar por Mateo, por el apóstol y evangelista Mateo (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27-28).

He aquí la fiesta de la Inmaculada (Lc 1,46-47), aquella que ha sido concebida sin mancha. “Inmaculada Concepción”: concebida sin la mancha del pecado original. Este significa “Inmaculada Concepción”: el Padre ha preservado María de la mancha del pecado original, que ha entrado en el mundo debido a la desobediencia y a la infidelidad de Adán y de Eva (Gen 3,1-7). He aquí que el Padre, en su omnisciencia y en su omnividecia (Sal 139) – he aquí el ojo omnividente del Padre, aquel que todo ve y aquel que todo sabe – en su omnividencia y en su omnisciencia el Padre ha preservado María del pecado original, concibiéndola antes del tiempo, generándola en el amor, en su Corazón “Amor”. María, concebida antes del tiempo, generada en el Amor a fin de que el pecado no entrara en ella. Grande es este Misterio, pero el Padre todo puede. Y el Padre todo ha hecho para preservar María, la Inmaculada del Espíritu Santo, a fin de que María pudiese generar su Hijo unigénito, porque así le ha gustado al Padre (Sab 1,2-3). El Padre, que desde siempre está en relación con María. Así como, desde siempre, María está en relación con su Corazón de Padre (Lc 1,49). He aquí este entrelazo de amor que liga María al Padre.

Y nosotros nos sumimos en esta meditación de amor y queremos más y más abandonarnos para poder vivir de Espíritu a espíritu este gran Misterio, que el mundo no comprende, que la humanidad difícilmente acepta, porque es un Misterio que huye de la lógica racional; y entonces el hombre lo que no comprende, desconoce. No así para los hijos de Dios, que dilatan el corazón y el espíritu para poder acoger este Misterio inaccesible e insondable con la mente humana, sino que se puede comprender bien si uno se abandona con docilidad a la voluntad del Padre. Se cierran los ojos y se deja volar el corazón, se deja volar el espíritu, a fin de que el espíritu alcance su Morada que es María, Templo y Morada del Espíritu Santo (Ap 21,3). Cuanto más uno podrá abandonarse a María y a Su Misterio, tanto más se podrá comprender el Misterio del Corazón del Padre, el Misterio del unigénito Hijo (Mt 3,16-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22).

He aquí que María rescata la desobediencia de Eva (cf. Rom 5,19). La obediencia de María vence la desobediencia de Eva. La pureza de María vence la concupiscencia de Eva. La humildad de María vence la soberbia de Eva. He aquí el inicio de este nuevo pasaje.

Todo es gracias, así como hemos escuchado hoy también, así como el ángel ha saludado a María: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28). “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, porque así le ha gustado al Padre” (Lc 1,30). Todo es gracia. He aquí que María se ha encomendado el corazón del Padre (Lc 1,47) y el Padre todo ha donado a María: ha donado su gracia y ha donado a María su potencia, su omnipotencia.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti” dijo el ángel; “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). He aquí porque María todo puede. He aquí porque, como esta Casa ha querido ratificar como dogma de la cristiandad, María, por la gracia otorgadle por el Padre, por la potencia otorgadle por el Padre, es Corredentora: tiene el poder junto al Hijo, con el Hijo y por el Hijo de salvar, de redimir, así como el Redentor, Jesús. Por gracia, la potencia de Dios en María la hace Corredentora (Lc 1,47-49). He aquí el Misterio de la llena de gracia. He aquí el Misterio de aquella que ha nacido sin mancha y que se ha mantenido sin mancha porque ha permanecido en obediencia al Padre, porque ha vivido para dar alegría al Padre, porque ha vivido para hacer triunfar el Niño Jesús, que Ella ha generado en el Espíritu, vivo y santo. Y he aquí porque el Padre ha posado su mirada sobre esta Mozuela (Lc 1,48) que ha querido hacerse sierva del Señor, que se ha querido ofrecer y donar desde el principio a su Señor, que ha querido consagrar su Corazón al Corazón del Padre: un Corazón que ya estaba en relación con el Padre, un Corazón que ya había experimentado el Amor, aunque en su inconsciencia, porque el Padre en el Amor la había generado. Grande este Misterio: el Misterio de lo misterios, del cual todo ha tenido comienzo.

He aquí que esta Iglesia también, llamada por gracia por el Padre, empieza el propio camino en este día, uniéndose y consagrándose a María, para poder emprender este camino y hacer emprender este camino de santidad a todos aquellos que quieren ser, en María, hijos del Hijo (Gal 3,26); y a todos aquellos que, animados por la buena voluntad, quieren dejarse tomar de la mano por María y por aquel que es Verdad para ser conducidos a comprender y a conocer la Verdad plenamente (Jn 14,13). No una verdad relativa, no una verdad que cada uno se modela como más le convenga, sino “la” Verdad, aquella que el Padre ha donado en Cristo, con Cristo y por Cristo (Jn 14,6) a sus hijos fieles. He aquí que en María somos fuertes de la gracia de Dios. En Cristo somos hijos de estirpe real, hijos de aquel que es Rey (Ap 17,14; Ap 19,16).

He aquí porque a todos vosotros hoy digo en este nuevo inicio: sed humildes, queridos hermanos, sed amorosos en la totalidad, pero sed fuertes, sed orgullosos y mostrad ser dignos de la gracia que hemos recibido, para poder con la cabeza alta volver a caminar por las calles de este mundo para honrar al Corazón Inmaculado de María, a fin de que todos puedan abrazar la única fe que salva en Cristo Señor, generado por María, por obra del Espíritu Santo. He aquí el anuncio que los hijos de esta Madre Iglesia quieren nuevamente llevar en las calles de este mundo: volved a Cristo; volved a Jesús, J e s ú s: pronunciad su Nombre santo para alabarlo, a fin de que el Padre en el nombre de Jesús pueda salvar a todos aquellos que a Jesús se encomiendan en María, con María y por María (Hch 2,21; Hb 9,28; Hch 4,12; 16,31).

Éste lo que hoy queremos volver a llevar nuevamente, como nuevo inicio, en este mundo. Un mundo que sufre y hace sufrir a Cristo y a todos aquellos que se preocupan por los cristianos. Otra vez más el sufrimiento está vivo por todos aquellos que se preocupan por los cristianos. Mi corazón sangra por todo lo que incluso en estos últimos días hemos escuchado nuevamente: los cristianos matados con motivo de su fe. Una chica de veinticuatro años en Pakistán, matada por el propio verdugo que quería tomarla como esposa, que quería hacerla convertir con fuerza a su religión musulmana, que ha matado a esta chica que no quería cambiar de religión: quería permanecer hija de Cristo. Y con motivo de esto su verdugo la ha matado. Y así, inmediatamente después, después de pocos días, en la misma nación, un periodista cristiano masacrado en la propia casa con golpes de arma de fuego. Y todo esto sigue en la gran indiferencia y en el vivo sufrimiento de los a los cuales le importa de Cristo y de los hijos de Cristo.

Me apelo a María, me encomiendo y encomiendo a su Corazón todos aquellos que son víctimas de esta violencia: “Madre Santa, a Tu Corazón encomiendo – a la Misericordia del Padre por medio de Tu Corazón – la vida de estos hermanos y de estas hermanas, que han donado la propia vida con tal de no renegar de la fe; consola Tú, Madre santa, sus familias, consola Tú, a todos aquellos que lloran para que este sacrificio no sea vano”.

He aquí porque a vosotros, queridos hermanos, digo: permaneced fieles. Imitad a María en todas sus virtudes poniendo en el centro, en estos tiempos duros y difíciles, como primera virtud, la de la fidelidad. Permaneced fieles a Cristo y a María, así como María se ha mantenido fiel a su Jesús. Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9,62). Aquí el Padre nos ha donado su Reino (Ap 21,1-4; 21,22-27), un Reino de paz y de amor que encontrará su cumplimiento en el tiempo establecido por el Padre, pero que ahora ya es.

Por esto os digo, queridos hermanos y queridas hermanas, en este nuevo inicio: permaneced fieles a toda costa, ofreced vuestra cotidianidad y vuestra vida al Corazón del Padre. No reneguéis de lo que el Padre os ha donado; no reneguéis de lo que el hermano Jesús, a un precio muy alto, nos ha donado: el don de la Vida eterna. Permaneced fieles, cueste lo que cueste. Y el Padre, en su infinita misericordia, nos donará todo lo que necesitamos, para hacernos ser felices por la eternidad. Y el Padre, en su infinita justicia, no dejará de intervenir para hacer justicia a sus hijos, para detener la mano de los verdugos; para detener quien se dice cristiano con la boca, quien pretende honrar a María yendo como peregrino, pretendiendo honrarla en este día, pero en realidad teniendo en el corazón otros sentimientos: de quien no ama a María, de quien no ama a los hijos de María; porque quien ama a los hijos de María, quien ama a María, actúa con fuerza, no con el engaño.

He aquí nuestra voluntad de nuevamente hoy imitar las virtudes de María después de habernos consagrado a su Corazón, queriendo mirar a la Mozuela de Dios como nuestro vivo ejemplo, aquella que ha imitado las virtudes de María Santísima como ningún otro. Queremos imitar su obediencia, queremos imitar su pureza, queremos imitar su humildad y sobre todo su santidad, para poder acoger en nuestro corazón al Niño Jesús, como Ella, que se ha hecho Cuna viviente, ha acogido al Niño Jesús, dando la posibilidad al Padre de nuevamente hacer bajar su Hijo y de nuevamente estipular con esta Iglesia su Alianza, última y eterna Alianza, que conducirá los hijos de Cristo y los hijos de María a la victoria. Este se ha dicho y este será. Y así sea.