El centro de la infinita Misericordia de Dios
Jesús es Amor, puro y santo (Jn 15,13). Y en su infinita Misericordia (Ef 2,4; Lc 1,50) Jesús purifica el corazón de sus hijos (Sof 3,17) ayudándoles a vencer, para hacer triunfar su Corazón, Santo y Misericordioso (Lc 1,54).
Jesús es Amor, puro y santo (Jn 17,26). Y en su infinita Misericordia (Sal 5,8; 47,10) Jesús dona a todos sus hijos su Paz (Jn 14,27a), aquella Paz (Jn 20,21) que el Padre en la Nueva Jerusalén ha puesto como baluarte para invocar la divina misericordia del Hijo.
He aquí que en la Nueva Jerusalén (Ap 21,2) el Padre ha puesto el centro de Su infinita misericordia (Sal 29,11; 30,17) a fin de que, como Hijo de la infinita misericordia del Padre, Cristo Señor pueda infundir en cada corazón su regocijo (Jud 24) y su infinito Amor (Jn 15,9).
En la Nueva Jerusalén el Padre ha puesto su Pila, llena del Espíritu Santo (Jn 14,17.26), Lavacro de las almas, de la Cual Cristo Señor acoge, purifica y santifica cuantos piden y pedirán con corazón sincero ser acogidos y mondados, abrazados y purificados por su infinito Amor (Ez 36,25; Ro 14,17), que es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo (Mt 28,19).
En la Nueva Jerusalén Jesús ha bajado del Cielo (Hch 1,11) para imponerse como el único verdadero Rey de la Misericordia: Rey Bueno y humilde, justo y veraz, que dona misericordia pero que no olvida su justicia (Jer 23,5). Esta es la enseñanza que Jesús siempre ha manifestado, que manifiesta y que más y más manifestará de Su Pequeña Cuna, Signo vivo de la infinita presencia del Padre.
La Nueva Jerusalén es el Rincón de Paraíso en Tierra que el Padre ha donado a sus hijos (Ap 2,7). De este Rincón de Paraíso Jesús ha ascendido y bajado (Ef 4,9-10), para trazar el Camino e indicar el camino a cada hombre y mujer de buena voluntad (Jn 14,6) y a cada pecador que, poniendo el pie en la Tierra de Amor, advierte el dolor por sus pecados (Lc 15,21). El pecado es herida para el corazón de cada pecador (Jn 8,34) y es herida para el Corazón de Jesús (1P 2,24).
Cada pecador que llega y llegará a la Nueva Jerusalén animado por el vivo y sincero deseo de recibir perdón, podrá pedir misericordia, seguro de recibirla en abundancia (Jn 1,29; Ro 6,12-14).
La infinita misericordia de Dios se efunde a cuantos están afligidos en el corazón y en el espíritu, para transformar el corazón y hacer que todos lleguen a ser antorchas ardientes del Amor del Padre (1Jn 3,1).
Quien, animado por la buena voluntad, querrá encenderse de la luz verdadera (Jn 1,9), venga a la Tierra de Amor, para encontrar la Llama de Dios Padre Todopoderoso (Ex 3,2; Is 10,17b; Ap 19,12-13), que calentará el corazón haciendo volver a la Vida, a la verdadera Vida, a la Vida eterna (Jn 3,16; 1Jn 1,1-2).
Al hacerlo muchos – cuanto más sabrán y desearán despojarse de sí mismos, de su “yo” – volverán a experimentar el calor y la tibieza del Amor de Dios (Mt 5,8; 1P 2,2), que quien pone el pie en la Nueva Jerusalén ya advierte y vive.
La Llama del Padre arde en el corazón de sus hijos (Is 4,5), para purificarlos de toda mancha (Stg 4,8) y hacerlos volver a vivir la Vida (Jn 5,24) y vivirla en plenitud, renaciendo de lo Alto (Jn 3,3), revistiéndose de la Luz de Cristo para hacer brillar el Espíritu, aquel Espíritu Redentor que hace renacer y conducir a la salvación (Jn 16,13).
En la Nueva Jerusalén la salvación se cumple para los que la buscan y para los que la buscarán (Hch 4,11; Ap 7,10). Pero en la Nueva Jerusalén la salvación se pierde para los que denigran y denigrarán la Tierra de Amor querida por el Padre para restablecer el orden y la santidad en este mundo (Jn 3,18). En Su infinita misericordia el Padre ha donado a sus hijos fieles la Nueva Jerusalén (Ap 3,12b) a fin de que la autenticidad cristiana pueda actuar como un “escudo” (Sal 17,3) para contrastar la humanidad, corrupta y llegada a ser árida. Este escudo hará sentir protegidos y amados del Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Sal 17,36) a todos aquellos que llegan y llegarán en la Isla Blanca (Jos 24,17), donde se preservará la pureza de la fe (Ef 6,16), y así volver a encontrar confianza y orgullo, postrándose delante del Dios Uno y Trino, que en su tríplice esencia de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo se manifiesta (Jn 4,23).
Quien quiere nutrirse del Amor de Dios venga en la Tierra de Amor donde el Padre ha puesto el Centro de su infinita Misericordia (Jn 6,58).
Quien quiere saciar su sed del Espíritu de Cristo Señor venga en la Nueva Jerusalén (Ap 21,6).
Quien quiere ser purificado confíe en la divina misericordia del Hijo de Dios, para obtener el perdón y la remisión de todo pecado (Hch 2, 38), que consiste en acogerLo, reconocerse pecadores (Sal 50,6) y reconocerlo (Mt 16,16) como Aquel que salva (Flp 2,9-11), el unigénito Salvador Uno y Trino (Jn 20,31).