La Morada del Espíritu Santo

He aquí la Morada del Espíritu Santo (Ap 21,3) donde el Agua de la Fuente de la Vida (Ap 21,6) surte para brotar en el corazón de todos aquellos que en la Nueva Jerusalén creen, que en la Nueva Jerusalén aman y que en la Nueva Jerusalén están en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

He aquí el Lugar que el Padre ha elegido para el regreso del Señor (Hch 1,11).

He aquí el pueblo de Dios, uno, santo y universal, que se está formando más y más (Is 10,20-22; Lc 12,32) para ser un Cuerpo sólo y un alma sola, que late con el único Corazón que dona la Vida. El unigénito Espíritu sopla, avanza y manifiesta, a fin de que el Plan de Amor y de Redención se cumpla.

Este es el tiempo en el cual los hijos de Dios tienen que estar listos (Lc 12,35) porque todo se cumple: cada palabra, cada promesa, cada acción. La palabra de Jesús es imperecedera y eterna, siempre conforme a cada tiempo que se ha vivido y que se vive. “Sí, sí” y “no, no”, porque “lo que excede a esto” viene del maligno (Mt 5,37). Y en este tiempo, donde el mundo es presa del maligno, muchos viven sólo “lo que excede a esto”, porque satanás ha tomado el dominio en muchos corazones.

He aquí la acción de purificación del Espíritu Santo (Mal 3,1-3) que, unida a las filas celestiales, purificará este mundo, a fin de que quien animado por la buena voluntad y quien operador de paz pueda llegar en la Nueva Jerusalén y sumirse en la Pila del Espíritu Santo y ser purificado en lo íntimo.

Esta es la certeza y esta es la verdadera fe de los hijos de Dios, que en la Morada del Espíritu Divino se encuentran para fundirse en el único Árbol que dona la Vida (Ap 22,2). Afuera de esta Morada permanecerán los dudosos y los inciertos, aquellos que no han acogido el mensaje universal que de la Madre Iglesia se ha levantado, para poder comprender el ascenso del Hijo de Dios, para poder comprender la ascensión de María y estar listos para acoger nuevamente al Señor en la Tierra de Amor elegida por el Padre, destinada al Hijo y animada por el Amor de María, en este único Amor eterno que liga la Madre al Hijo, el Hijo a los hijos y los hijos al Padre (Jn 17,21-22).

La Nueva Jerusalén es la Ciudad Santa (Ap 21,2) donde el Señor se manifiesta como verdadero Dios y verdadero hombre, donde el Señor se sienta a la misma mesa con sus hijos, para vivir juntos el Reino (Lc 13,29), la Casa de Dios, donde el Señor mira y escruta, para acoger, acariciar y vivir sus hijos fieles, para poderlos vivir eternamente. En la Ciudad Santa los últimos no quedarán últimos, sino quien cree y perseverará hasta el final, sin dudas e incertezas, se salvará (Lc 13,30).

Quien no ha y no habrá mantenido firme la fe y quien no ha y no habrá perseverado en creer se perderá; y no podrá saborear las delicias y las maravillas que para los hijos dilectos serán la cotidianidad. Una cotidianidad no pasajera sino eterna. Una cotidianidad impregnada de Espíritu Santo, de aquel mismo Espíritu del cual estaban impregnados los primeros hermanos del Maestro que han esperado el Consolador (Jn 14,16) para llevar a todos la Vida, cancelando la muerte, para hacer volver a florecer en el corazón de todos el Espíritu Santo Amor: aquel Amor que ellos habían aprendido a conocer y a vivir, para luego hacerlo vivir a todos aquellos que estaban animados por la buena voluntad.

Los primeros discípulos han vivido el Espíritu Santo Amor y ahora están unidos a los discípulos de los últimos tiempos para hacer vivir a todos el mismo Espíritu, a fin de que esta acción espiritual pueda dar fruto y se pueda cumplir en la totalidad. Después de haber encontrado al Consolador (Jn 14,26), en el corazón de aquellos discípulos no había duda, incerteza o inseguridad; en ellos había la única certeza de que, encomendándose y tomando de las manos del Consolador (Jn 15,26), habrían anulado el propio “yo” para hacer vivir y consistir aquel que es Vida (Jn 14,6) en el corazón de todos. Esta es la certeza que ahora debe animar los hijos de la Tierra de Amor donde el Espíritu Santo ha puesto su estable morada (Jn 16,7).

El Espíritu Santo es Vida (Jn 4,23) y en la Tierra de Amor ha venido y cotidianamente viene para llevar a todos la verdadera Vida (Jn 4,24), que aleja todo mal y vence la muerte (1Cor 15,55); vence el pecado para levantar esta árida humanidad en el Amor de Dios.

He aquí la Tierra donde se encuentra la Fuente de la Vida (Ap 22,17).

He aquí el agua del Espíritu Santo Amor que purifica y santifica. He aquí la Vida, que penetra en el corazón de todos para ser una sola expresión: Dios, Aquel que es Padre, Aquel que es Hijo y Aquel que es Espíritu Santo (Ap 22,20).