La pesca de Dios

(Borrador)

La Pequeña Cuna del Niño Jesús es el amparo (Sal 60,5) y el sostén que Dios Padre Todopoderoso ha donado a todos los hombres de buena voluntad en estos tiempos duros y difíciles.

He aquí el mar de Dios (cf. Mt 4,13-16), que se contrapone al mar del mundo (Is 27,1: Jer 51,42; Ap 12,18). Un mar plácido, calmo y límpido, donde los nuevos cristianos pueden nadan libres, lejos de las aguas turbias y agitadas del mar del mundo, presa y a merced de un espíritu inmundo.

Y he aquí la pesca de los hijos de Dios: ir y pescar (Mc 16,15-16), para hacer que muchos corazones puedan volver a la Vida (Jn 3,7), comprender la Luz del Hijo de Dios que irradia, calienta y purifica.

En este tiempo todo vuelve. En aquel tiempo Jesús dijo a sus Apóstoles: “Os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19). Inicialmente aquellos primeros amigos no comprendieron plenamente la invitación que Jesús les dirigió. Pero quien se dejó plasmar por el Amor del Maestro, haciéndose dócil a su voluntad (Is 1,19), entendió bien cuál era la pesca sustancial que, de aquel momento en adelante, con la ayuda del Espíritu Divino que es Vida, habría tenido que buscar y volver a buscar.

Ahora como entonces los nuevos discípulos del Maestro tienen que surcar las aguas de este mundo para llevar todos en el mar de Dios (Mt 28,18-20), a fin de que muchos puedan salvarse y vivir por la eternidad.

Así tiene que ser ahora. En esta última pesca de este último tiempo, otra vez más el Señor acoge cada pez que se dejará pescar por el Amor de Dios, a fin de que pueda comprender la Verdad (Jn 16,13), el verdadero significado de amar a Dios por encima de todo, para poder amar al prójimo como sí mismos (Mc 12,33), para ver y tocar con mano la diferencia de amar y de perseguir; la diferencia entre el mundo de Dios y un mundo ajeno a su voluntad (Jer 13,10): un mundo que se ha dejado afear por dinámicas que van más allá de la verdadera comprensión divina.

He aquí pueblos contra pueblos; hermanos contra hermanos; naciones que quieren prevaricar el derecho a vivir de otros. Y al hacerlo el mundo cae más y más bajo para no levantarse más. He aquí el báratro (Sir 21,10).

Por un lado la luz está a punto de apagarse, sin que se tenga más la posibilidad de encender aquel interruptor que dona la Vida. Del otro, ríos de almas llegan a la Pequeña Cuna del Niño Jesús: ríos de Amor que conducen y conducirán muchos más (Jer 31,9) a la Isla (cf. Ap 1,9) Blanca (Ex 24,10), destacada del mundo mas todavía anclada en el verdadero mundo que es el Corazón del Padre (Jn 10,30), injertado en Aquella que se ha dejado plasmar y ha llegado a ser la Obra pura, la Obra más bella: María (Lc 1,27b).