Sagrado Corazón de Jesús, haz que Te ame más y más
En la Tierra de Amor Dios Padre Todopoderoso nos ha donado todo su Amor, que unido al Amor del Sagradísimo Corazón de Jesús nos hace santos y libres (Jn 8,32), en aquella libertad espiritual para poder contemplar a Dios encima de todo: amarlo, vivirlo y ser regenerados con su Amor (Mc 12,30), para poder comprender el Corazón del Hijo de Dios que en esta Tierra late para poder donar vida y santidad (Jn 3,16).
Los hijos de Dios están llamados a rencontrarse todos en aquel latido de Amor que en esta Tierra se oye (Sal 67,11), para devolver linfa a cuantos la han perdida, para donar alegría a cuantos ya no la viven.
En este latido está el respiro de Dios, aquel oxigeno puro que hace vivos y genuinos (Gen 2,7).
He aquí el latido del Corazón del Hijo de Dios que en la Nueva Jerusalén ha puesto su Tienda (Ap 21,2-3) para hacer habitar los que piden e intentan estar en Corazón del Hijo de Dios.
En la Nueva Jerusalén Jesús es Amigo y Hermano (Jn 15,15), para acoger cuantos quieren encontrar aquí la Casa, signo de la Alianza (He 8,8) y de la unión entre la humanidad y el Cielo.
He aquí el símbolo de la Casa de Cristo, donde quienquiera pone el pie con corazón sincero sentirá el calor del Amor de Cristo Señor y será uno con su Corazón (Rom 8,39).
He aquí el Corazón del Hijo de Dios. Un Corazón que tanto ha ofrecido y sufrido, y que ahora tanto más es capaz de donar Amor al infinito. Jesús ha sufrido el dolor para reconciliar la humanidad al Corazón del Padre, sin sustraerse a nada, expiando para muchos, obteniendo para Sí el sacrifico extremo (Jn 15,13). Por esto Cristo tanto ha tomado sobre Sí y tanto más ahora quiere dar, para poder regenerar todos en su Amor eterno (Sal 116,2).
Este es el Corazón de un Dios que se dilata con desmesura para acoger cuantos más hijos y hermanos piden estar en su Corazón (Jer 24,7), en su Amor, para ser con Cristo, en Cristo y por Cristo; y así tomar parte en su Proyecto de Salvación y en el Plan de Amor y Redención (Rom 3,21-24) del Corazón del Padre, a fin de que en Corazón solo y en una sola alma se pueda transmitir el unigénito Espíritu que es Vida, que dona la Vida (Jn 6,63); y hacer ser todos en el único Cuerpo, a fin de que a una sola voz se pueda decir: “Padre, acógeme en Tu Corazón. Hijo, regenérame en Tu Corazón. Y por obra del Espíritu Santo conságrame totalmente a Tu Voluntad, Corazón pulsante del Amor del Padre” (Mt 11,27).
He aquí lo que ahora Jesús necesita, como Hombre y Dios. Ya no sólo palabras, sino voluntad viva que se convierte en obras (Stg 2,14-17), para practicar el recto Camino y poner en práctica sus enseñanzas (Sal 118,144).
He aquí los Santos de Dios (Col 3,12-13), que deben distinguirse de todos aquellos que viven el mundo y que ahora son sólo apariencia (Mt 23,25-27), que hablan y dicen palabras vacías ya sin su consistencia que es Espíritu, que dona a las palabras un significado vivo y profundo; y convierte lo que se dice con obras que dan fruto (Stg 2,20-24).
Estos son los Santos vivientes de los cuales Cristo Señor ahora necesita (Ap 14,12), a fin de que la Casa de Dios, Corazón de Jesús, esté habitado por hombres que han hecho de la propia vida una Cuna viviente para el Niño Jesús (Ex 37,27).
Un Corazón solo y una sola alma (Hch 4,32), para transmitir a todos la Luz que salva (Jn 1,9); y así comprender no más el “Misterio” del Niño Jesús sino ser conscientes, para conocer y vivir su verdadera Vida (Jn 1,4).