Tiempo de Cuaresma,
tiempo de la intolerancia con el pecado

La Nueva Jerusalén (Ap 21,2) es la morada elegida por el Corazón de Dios, Aquel que es, el verdadero Juez y el verdadero Rey (Sab 9,7) del Universo, verdadero Padre y verdadero Hijo (Mt 25,31-46), Aquel que en la acción del Espíritu Santo infunde en los corazones su santa y universal Doctrina (Jn 7,16): Amor y Santidad. En la Pequeña Cuna del Niño Jesús está el Oasis del infinito Amor de Dios (Mt 9,13). Y en este Oasis de Amor viva está la intolerancia con el pecado (Rom 12,9).

Éste es lo que Jesús, como verdadero Dios y verdadero Hombre (1Jn 5,20), enseña desde la Tierra de Amor en la cual Dios ha puesto su Carpa (Ap 7,15). Y este es lo que los hijos de Dios (Jn 1,12), aquellos que allí llegan, advierten en el corazón: el verdadero Amor, la verdadera humildad y la inefable santidad.

He aquí el Paraíso en la Tierra (Ap 2,7), que en estos tiempo duros y difíciles se manifiesta. Quien quiere vivir el Bien y alejar lo que es mal, venga en la Nueva Jerusalén. Aquellos que quieren vivir el tiempo santo de Dios y renacer a vida nueva, tienen que desear hacerse purificar en lo íntimo (Sal 50,9), para ser santos y renovados, en el Amor del Hijo, del Amigo y del Maestro Jesús, único Sumo Bien.

La Nueva Jerusalén (Ap 3,12) tiene raíces profundas y enraizadas en el Corazón del Padre: lejos del pecado, de la esclavitud del mundo y de una libertad humana que lleva muerte y destrucción en los corazones. En la Nueva Jerusalén lejano es el pecado, vivo está el amor, viva está la vigilancia santa (Pr 4,23; Dn 12,1; Gal 6,1).

Este es el mensaje de Amor que en este tiempo santo se levanta de la Pequeña Cuna del Niño Jesús, aquel mensaje sin tiempo que el Padre siempre ha recordado, recuerda y recordará, a fin de que los hijos de la Madre Iglesia puedan vivir, crecer, amar y hacerse amar en su integridad moral y espiritual (Gb 2,3; 27,5; Sal 25,1), y además en su viva y total abnegación al Misterio de Dios. Muertos para el mundo (Col 2,20-23) e intolerantes con el pecado (Hb 12,4), pero llenos de Amor y listos para donar la propia vida para Dios y para lo que es suyo (Jn 10,11).

En su tiempo, Dios infunde en el corazón de sus hijos santos y fieles su Bondad (Sal 25,3; Lc 1,78), viva y santa, orgullosa y veraz, a fin de que todos puedan con dignidad vivir la filiación y la pertenencia (Mc 10,14) al Dios Uno y Trino, para ser, vivir y resanear quien se dejará resanear en el corazón, en el alma y en el espíritu.

Quien quiere vivir como verdadero hijo de Dios (1Jn 3,1) y ser expresión del Espíritu Santo Amor huya de todo pecado y de toda tentación al mal (Sir 21,2). Los hijos de Dios y los hombres y las mujeres de buena voluntad ahora más que nunca están llamados a ayunar y abstenerse de todo pecado (Sir 35,3), ser intransigentes e intolerantes con todo lo que es mal y tentación a hacer el mal (Mt 6,13).

Con el tiempo los velos y las máscaras caerán (Pr 26,24; 1Cor 11,14) y muchos reconocerán la Casa donde la Luz brilla (Ap 21,23) y descubrirán la real naturaleza de una casa sobre la cual el vicio, el pecado y la podredumbre han prevalecido (Ap 18,23); ella caerá (Ap 18,2) y caerán todos aquellos que con ella habrán fornicado (Ap 18,3), para que la voluntad del Padre se haga y sea manifestada.

He aquí la intolerancia de los hijos de Dios con el pecado y con el mal (Rom 6,23), que ahora debe manifestarse en la totalidad (Lv 11,45). Dios Uno y Trino ha nuevamente bajado (Is 9,5; Hch 1,11) en la Nueva Jerusalén para erguirse y derramar, en la esencia y en la sustancia, su Doctrina, imperecedera y eterna: el Amor, a Dios y al prójimo (Mt 22,36-40); la oración y la verdadera fraternidad. Sólo así la Paz podrá ser estable sobre la Tierra por la eternidad (Ez 37,26).