¡Ay de aquellos que traicionan a Jesús!
Más le valdría a ellos no haber nacido

8 de abril de 2020
Meditación del Día

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hoy, miércoles de la Semana Santa, meditamos un pasaje del Evangelista Mateo que nos habla de la traición de Judas. Un amigo de Jesús, llamado a ser amigo, que ha traicionado la amistad y el espíritu: Jesús traicionado como Hombre y traicionado como Dios. Judas no ha traicionado por dinero, no ha sido el dinero la razón de la traición de Judas. Judas ha traicionado por orgullo, por soberbia, porque su “yo” ha querido prevalecer sobre Dios, sobre el Hombre-Dios. Esta es la razón profunda que ha llevado este hombre a traicionar al Espíritu Santo, y a hacer entrar en si mismo el espíritu no santo, el espíritu de quien, a su vez, por orgullo, había traicionado a Dios Padre Todopoderoso, no aceptando el Plan de Dios Padre Todopoderoso para la Salvación de esta humanidad. Así Judas no ha aceptado la manera de actuar de Dios, Jesús Hombre-Dios, para llegar a llevar la Salvación en esta humanidad. He aquí su “yo”, he aquí su orgullo, que le han llevado a renegar, a traicionar al amor y a la amistad de aquel Hombre, y al Espíritu Santo, Dios, que en aquel Hombre, Jesús, es.

Judas en la prueba se ha quedado solo. Ha estado con gente que no seguía a Jesús – nos dice el mismo Jesús en la revelación hecha a María Giuseppina Norcia- y así se ha perdido. Ha sido presa del espíritu no santo y ahora esta en el infierno. Sobre esto no hay duda. Quien ahora tiene dudas sobre el hecho de que Judas se haya perdido por la eternidad, o no ha entendido nada de las palabras de Jesús, o miente sabiendo que miente. Las palabras de Jesús son inequivocables – “mejor que nunca hubiera nacido” – dice Jesús de aquel que ha traicionado al Hijo del hombre. La madre de judas maldijo su vientre, por haber traído al mundo a aquel que ha traicionado al Hijo de Dios. Quien traiciona al Espíritu Santo, quien llega a ser apostata, se va al infierno, cae y hace caer una multitud, y por todos estos la condena es eterna, así como para todos aquellos que blasfeman el Espíritu Santo.

He aquí entonces que comprendiendo lo dramático de todo lo que rodea entorno a la traición sufrida por Jesús, éste para todos nosotros debe llegar a ser una razón para poder aún más apretarnos a Jesús, abandonarnos a Jesús, para poderlo seguir siempre y en todo caso, para nunca permitir a nuestro “yo” tomar la delantera sobre Dios. He aquí la docilidad espiritual a la cual estamos llamados, he aquí la humildad profunda que se hace terreno fértil para Jesús para poder actuar. Así como ha pasado por María, la toda pura, la toda bella, la Inmaculada que se ha dejado invadir del Espíritu Santo, ha llegado a ser instrumento perfecto en las Manos del Creador, así de llegar a ser Su Obra más bella. María Esposa fiel, he aquí nuestro ejemplo vivo, que hoy queremos colocar en el centro en esta nuestra reflexión.

Y así, incluso para quien ha caído, para quien ha experimentado el dolor de la caída, el ejemplo vivo debe ser el de San Pedro, que ha vuelto a levantarse y ha vencido. El ejemplo vivo debe ser el de San Pablo, que ha caído, tras haberse equivocado, y aún más ha amado a Su Dios, habiéndolo encontrado. Se ha donado en la totalidad, sin miedo, yendo contra todo y todos, por amor de Su Jesús, despreciando todo lo que es mundo, no teniendo más consideración ni siquiera por la muerte – para mí el vivir es Cristo, y el morir es gananciaha llegado a decir. He aquí lo contrario de la traición, la fidelidad viva y total. Antes de traicionar, mejor es morir – nos enseña San Pablo.

He aquí nuestra voluntad hoy de erigirnos aún más para mantenernos fieles a Jesús, para poder con nuestro amor consolar a su Corazón. Para poderle nuevamente prometerle fidelidad eterna, siguiendo el ejemplo de María Esposa fiel. No pensar hoy en quien ha traicionado, no pensar en los traidores de ayer y de hoy, no pensar que hay un pequeño Judas dentro de cada uno de nosotros porque no es así. Dentro de nosotros hay Dios, dentro de nosotros está el Espíritu de Dios y el Espíritu de la Madre de Dios, con el bautismo hemos llegados a ser hijos de Dios y, por consiguiente,  hijos de María: ésto está en nosotros, este Espíritu está en nosotros.

Agradecemos a Dios, por todo lo que nos ha donado. Agradecemos a Dios por habernos hecho vivir Su viva presencia aquí en la Nueva Jerusalén, Tierra elegida por el Padre para poder llevar todo a cumplimiento. He aquí hoy nuestro gracias a Aquella que es Madre, a Aquella que nos ha acogido y nos ha hecho renacer a vida nueva para hacernos vivir ya ahora, aquí en la Nueva Jerusalén, el Reino.

Permanezcamos hoy en esta alegría, vivamos María, pensemos en María. Dirijamos nuestro gracias a María. Agradezcámosla por todos los frutos de Su amor santo, que Ella hoy nos ha donado, para poder decir, junto a Aquella que es Madre para nosotros: “Te amo Jesús, te amo mucho; me encomiendo a Ti, no me dejes sola. Haz de mi lo que Te agrada: hágase Tu voluntad” para poder mantenernos fieles en los siglos de los siglos, como Ella ha sido y es fiel.

Hoy Jesús, unido a María, nos bendiga de manera particular, para donarnos Su gracias y ser fieles siempre. 

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.