Como María ofrecemos nuestra vida a Cristo Señor
21 de noviembre de 2020
Fiesta de la Presentación al Templo de María Santísima
Meditación del Día
En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hoy vivimos la Fiesta de la Presentación al Templo de María Santísima, Aquella que a la edad de 3 años fue llevada al Templo por los padres Joaquín y Ana, y consagrada al Señor. Santa Ana y San Joaquín, que no podían tener hijos, han así cumplido el voto hecho al Señor: Ana prometió que si el Señor le hubiera hecho la gracia, habría consagrado el fruto de su vientre al Señor. El Señor le ha concedido a Ana la gracia, a Ana y a Joaquín, que han ofrecido la única hija al Señor, presentándola al Templo a fin de que fuese instruida y consagrada. En aquel momento, gracias a la fe de aquellos santos padres, Aquella que desde siempre ha sido llamada a ser Templo del Altísimo fue presentada al Templo para ser, también humanamente, instruida a la Ley santa del Amor de Dios.
María, Aquella que ha sido concebida en el Corazón del Padre; Aquella, que ha sido generada por el infinito Amor de Dios, la Inmaculada del Espíritu Santo, antes que el tiempo fuera, en aquel día del tiempo de los hombres ha sido acompañada por sus humanos padres, santos Joaquín y Ana, a fin de que, sola, pudiese subir los peldaños de aquel Templo, avanzando y ascendiendo hacia el Misterio de Dios, que día tras día, el Padre, por obra del Espíritu Santo, le ha cotidianamente desvelado.
He aquí que, por todos nosotros hijos de María, Ella es ejemplo en todo y por todo. Así ha sido desde Su nacimiento, prodigioso y santo, ocurrido gracias al Espíritu Santo, a fin de que cada uno de nosotros, siguiendo Su ejemplo, por obra del Espíritu Santo, pueda ahora renacer de lo Alto, en Jesús y en María, y ofrecer como María la propia vida, la propia cotidianidad al Padre Santo, abandonando todo lo que es mundo para subir espiritualmente los peldaños del Templo de Dios, que es María, Madre Iglesia, Nueva Jerusalén, Morada metafísica que acoge en el propio seno todos aquellos que quieren ser y permanecer hijos de Dios, en Cristo Jesús, ofreciendo día tras día cada instante de la propia vida al Padre, para tomar parte de Su Amor, hecho Persona, y vencer en Su Santo Nombre.
Este es el Camino que hoy todos nosotros estamos llamados a hacer todos los días, siguiendo el ejemplo de María que, desde cuando era niña, ha ofrecido la propia vida al Padre, sin mirar atrás, sin lágrimas y sin humana nostalgia de lo que dejaba. Así han hecho incluso sus santos padres, Ana y Joaquín que, aunque quedándose humanamente solos, incluso en la vejez, han ofrecido con alegría su todo al Señor, sin añoranzas, sin nostalgias, sino alabando y agradeciendo al Señor. Y grande ha sido la gracia y la recompensa que el Padre les ha donado, porque Dios es muy generoso con quien todo se ofrece y con quien todo ofrece por amor.
He aquí nuestro llamado. He aquí nuestra presentación a este Templo vivo del Amor de Dios. He aquí nuestro renacer hoy, después de haber abandonado todo lo que es mundo para subir esta escalera santa, la escalera de oro que el Patriarca Jacob vi, aquella escalera que junta el Cielo y la tierra.
Grande es la recompensa del Cielo para quien, siguiendo el ejemplo de María, deja todo por amor del Señor: padres, hijos, amigos, casas, trabajo, comodidades, humanas apreciaciones y reconocimientos. Todo se deja para todo volver a encontrar con aún mayor abundancia.
Quien ama a Dios como único sumo Bien, todo deja y todo ofrece sin añoranzas ni lamentos, sino que renueva cada día el propio sí al llamado recibido, ofreciendo todo con amor, así como ha hecho María desde el día en el cual, después haber nacido, ha sido presentada al Templo.
He aquí María. He aquí Aquella que por todos nosotros es Maestra de fuerza, amor y constancia. Aquella que cotidianamente nos dona la gana y la perseverancia de ir adelante, sin jamás mirar atrás.
A todos vosotros, queridos hermanos, queridas hermanas, queridos amigos, con todo mi corazón os digo: “Rezad María, invocad Su Santo Nombre y nada podrá el maligno, nada podrán los hijos del maligno, nada podrá la tentación, nada podrá la prueba. Nutríos todos los días de todo lo que es espíritu. No dejéis que las angustias y las dificultades de todo lo que es mundo os arrollen. Sólo nutriendo cada día la propia alma del Espíritu Santo, que es Persona, os permitirá llegar a ser cada vez más fuertes adentro, para llegar a ser fuertes afuera. Nutrirse cada día de lo que es espíritu significa no pensar, por la mayor parte del tiempo que tenemos, a las cosas humanas, sino acoger todo lo que de nuevo hay que hacer con la oración y con el espíritu alto, de quien vive sobre esta tierra queriendo con el espíritu permanecer en el Cielo, vivir el Cielo, vivir y mantenerse en comunión de corazón, alma y espíritu con el Hijo de Dios.
El Paraíso es lo que nos espera, ya ahora y por la eternidad. Ésta es la recompensa de los hijos de Dios. Ésta es la recompensa de aquellos que, como María, han ofrecido la propia vida por amor del Señor. Ésta es la recompensa de quien deja todo para abrazar la Morada de Dios, para abrazar el Templo vivo del Amor de Dios que es María; para abrazar el Amor hecho Persona, que es Cristo Señor. He aquí la recompensa. He aquí el Paraíso en tierra que en la Nueva Jerusalén ya es en la espera que todo se cumpla por la eternidad. El Paraíso no es una sensación o una dimensión, o un lugar imaginario: es realidad, la más bella realidad. Así como el infierno no es un lugar o un mal imaginario: es realidad, la más triste, la más fea. Quien acogerá al Hijo de Dios generado en el Espíritu por María, se salvará. Quien seguirá despreciando al Hijo de Dios, blasfemando el Espíritu Santo, no se salvará. Esta es la Palabra de Señor, que no pasará hasta cuando no se habrá cumplido.
En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.