Con María recemos al Padre
que acorte el tiempo de la Resurrección

11 de abril de 2020
Meditación del Día

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En el día de sábado, Sábado Santo que precede la Pascua de Resurrección, la Iglesia contempla y coparticipa al dolor de María, a Su silencio, a Su oración, a Su viva esperanza que, en Dios, es certeza.

En aquel día María, Mujer, en Su dimensión humana, advertía la soledad. Su Corazón estaba lacerado, porque brutal e injustamente Le había sido arrancado a Su Hijo, a Su Fruto de Amor santo; por esto Su humana angustia era profunda. María estaba en el dolor, en la angustia, pero no en la desesperación. María en el dolor no se sentía abandonada, ni por Dios, ni por Sus siervas; vivo estaba en María el amor; vivo estaba el amor de Dios, vivo estaba el amor de Sus siervas, vivo estaba el amor de Sus hijos, aquellos que Jesús Le había encomendado bajo la Cruz, por medio del Apóstol del Amor. Vivo estaba el amor de Dios, que nutría Su Corazón, desgarrado por el gran dolor.

A pesar del dolor, nunca María ha faltado en la fe en el Señor; nunca María – como otros han afirmado – se ha sentido engañada por Dios Padre. Una espada le había, sí, atravesado el alma – así como el profeta Simeón le había preanunciado -, Su Corazón estaba, sí, herido y la cicatriz de aquella herida siempre ha permanecido imprimida en Su Corazón, pero nunca María ha perdido la fe y la confianza en el Padre; nunca ha llegado a pensar que hubiera sido engañada por el Padre. La fe de María es inquebrantable, invencible. María baluarte de fe. Siempre María se ha mantenido en comunión de Corazón, Alma y Espíritu con Jesús, con el Espíritu Santo y con Dios Padre, hasta que Su viva oración y Su vivo amor han penetrado el Corazón del Padre, que gracias a aquella oración fiel ha acortado aquel tiempo de Resurrección, a fin de que la Luz pudiese revigorizar a los corazones, a fin de que aquella hora de tinieblas pasara pronto, y dejase espacio a la Luz, a Cristo Luz, que resucitando aún más ilumina el mundo.

Cristo Luz de Resurrección eterna, que vuelve a donar la Vida a cuantos piden y a cuantos a María se encomiendan, para unirse al Padre durante la prueba, en la hora de la tentación, para vencer la tentación y ser liberados de todo mal, del maligno y de todos sus hijos.

Ésta es la esencia de María, la Madre de Dios, Madre de Jesús y Madre de todos nosotros Sus hijos. María es Aquella que ha reunido y reúne la Iglesia naciente. María es Aquella que, aunque en el sufrimiento, ha donado alegría, consuelo, coraje, haciendo vivas las personas que a Ella se encomendaban. En aquel tiempo, María más y más veces ha acordado a todos las palabras del Maestro: que Jesús habría resucitado, que el tercer día habría resucitado de los muertos, que Jesús se habría manifestado. Al hacerlo, aunque en el dolor, María ha dado fuerza a todos Sus hijos, llegando a ser baluarte, certeza, punto de referencia para todos. He aquí la Madre Iglesia. He aquí María Madre Iglesia, Aquella que ha acogido a Pedro, en su llanto y arrepentimiento, ayudándole a volver a levantarse y a ser la piedra fuerte llamada a guiar la Iglesia naciente. Este es nuestro contemplar y vivir este Sábado Santo unidos a María, en Su oración viva, en el silencio orante, que ha dado consuelo y certeza a los hijos de Cristo, que en la prueba esperan la Resurrección, la Luz, Cristo Luz.

Mantengámonos hoy en oración, unidos a María, para que mañana sea Luz, mañana sea Resurrección para todos los hijos de Dios, para que esta Pascua marque el verdadero rescate de los hijos de Dios.

En la unión total de corazón, de alma y de espíritu a María, Madre Fiel, recemos hoy, junto a Ella, al Padre para que Dios Padre Todopoderoso acorte el tiempo del humano suplicio para hacernos vivir la eterna Resurrección, para vivir la Luz que desgarra las tinieblas y vuelve a donar la nueva Vida en Cristo, con Cristo y por Cristo.

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.