Honor a Ti, Juan,
hombre santo y temeroso de Dios

24 de junio de 2020
Meditación del Día

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos, queridas hermanas, grande es hoy la alegría en nuestro corazón en celebrar y vivir la Fiesta solemne de la natividad de Juan el Bautista, el Precursor, Aquel que el Padre ha enviado en el mundo para preparar la venida del Mesías; para preparar los corazones a acoger la Luz que venía en el mundo: Cristo Luz, Luz de todas las gentes.

En la Nueva Jerusalén nosotros honramos a Juan el Bautista en la totalidad. Y hoy le pedimos a Dios Padre Todopoderoso donarnos el Espíritu de Juan, un Espíritu que procede en la historia, un Espíritu que ha animado el profeta Elías, el defensor del Dios verdadero, aquel que no ha tenido miedo de enfrentar los falsos sacerdotes, uno por uno.

He aquí el Espíritu de Juan. He aquí nuestro pedir hoy al Padre: “Envíanos Su Espíritu”, a fin de que Su Espíritu pueda entrar en nuestro corazón y darnos fuerza, coraje, aquel coraje que ha llevado Juan a testimoniar la Verdad, sin miedo, anunciando a todos que el Cordero de Dios ha bajado en el mundo, que el Verbo de Dios nuevamente se ha hecho carne, y nuevamente ha venido para habitar junto a Sus hijos.

Como Juan ha dado testimonio a la Luz, así nosotros hoy queremos dar testimonio al Misterio del Niño Jesús: la Luz que el Padre ha nuevamente enviado en el mundo para desgarrar la oscuridad y las tinieblas que nuevamente han envuelto muchas naciones; que nuevamente han envuelto y reinan en muchos corazones que han perdido el Camino, que ya no quieren escuchar la Verdad y que, por consiguiente, no podrán abrazar la Vida eterna.

Pero quien, ahora como entonces, ha acogido a Cristo Luz; quien Lo ha reconocido, así como Juan reconoció la presencia del Espíritu Santo que bajó sobre Jesús en el río Jordán, hoy exulta de alegría, hoy vive la Fiesta, hoy vive la Misa, viva, continua y palpitante; aquella Misa que lleva los hijos de Dios a unirse todos los días a la renovación del sacrificio del Hijo de Dios, a la renovación del sacrificio del Cordero que cada día se inmola por amor de Sus hijos, para donarles alegría, paz, amor y sinceridad, para vivir Cristo, Camino, Verdad y Vida.

«Honor a Ti, Juan, hombre santo y temeroso de Dios. Honor a Ti, Juan, que has dejado todo – casa, familiares, amigos, comodidades – para servir a Dios, aquel Dios que te ha visitado y te ha hecho saltar de gozo cuando todavía estabas en el vientre de Tu madre; aquel Dios que Tú has servido sin ahorrarte, donándoLe Tu vida, todo instante de Tu vida, sin vacilar, y sin jamás dudar y sin jamás recriminar.

Honor a Ti, Juan, que no has dudado en indicar a Tus discípulos el Cordero de Dios, que nada has querido quedarte para Ti, sino que Te has abajado para que Él pudiese crecer en cada hijo que el Padre Te había encomendado, en cada hijo que escuchando Tu voz Lo ha seguido, como han hecho entonces los apóstoles Andrés y el otro Juan, el Evangelista, el Apóstol del Amor que tanto te ha amado, que tanto ha escribido y nos ha hablado de Ti, con infinito amor.

Oh Juan, oh Precursor, Tú que has abierto los corazones de muchos para preparar el camino a Tu Señor, ayuda ahora con Tu Espíritu todos aquellos que con sinceridad, quieren anunciar a todos la Verdad, el Misterio del Dios Niño, aquí bajado no solo para reinar en los corazones, sino para ser Rey de un gran pueblo y llevar todos a la salvación, en Cristo y María. Y así sea».

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.