Renovamos hoy nuestro “sí” al llamado
recibido para mantenernos fieles a Jesús

7 de abril de 2020
Meditación del Día

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos, en este martes de la Semana Santa que estamos viviendo, meditamos juntos el pasaje del Evangelio del evangelista Juan, que anuncia la traición sufrida por Jesús. Ser traicionados después de haber dado amor, sólo amor es terrible, y causa un sufrimiento total. Jesús ha experimentado la traición. La ha superado y ha vencido. La ha experimentado más veces: Juan nos hace meditar sobre la traición de Judas y luego su la de Pedro. 

En la vida de Jesús toca que, en cierto momento, en la prueba más dura por Jesús, dos amigos Suyos, dos llamados a ser Sus amigos, Le traicionan. Ambos llamados y ambos caídos. Por cierto, la traición de Judas no es comparable a la renegación de Pedro. Judas hizo lo que nunca, ningún hombre, habría debido hacer, hombre o mujer, hacia el Señor, entregando Jesús a los fariseos, para que Le dieran muerte. Jamás habría debido hacer lo que ha hecho, aquel hombre.

Pedro ha tenido un momento de debilidad – grave – negando conocer a Aquel al cual había prometido donar la vida. Pero desde aquel momento, de aquel momento de debilidad, Pedro ha vuelto a levantarse, ha llorado y ha vencido.

Estos episodios nos hacen reflexionar sobre la importancia del llamado recibido y sobre la importancia de perseverar y hacer todo lo posible para mantenerse fieles al llamado, sin nunca faltar, sin jamás traicionar al llamado. El llamado del Señor llega, para todos, todos estamos llamados a seguir y amar al Señor, a mantenernos fieles a Él en la totalidad. Está el momento del primer “sí”, y luego está la cotidianidad, en la cual estamos llamados a renovar aquel “sí” todos los días, instante tras instante, sin jamás faltar.

En éste, son ejemplo y consuelo para nosotros María Santísima y San José, que delante de un gran llamado, el llamado más grande, se han abandonado al Señor diciendo “sí” sin miedo.

El Cielo Les ha llamado, y Les ha ayudado, confortándolos y impulsándolos.  He aquí el “no tengas miedo”, dirigido por el Cielo a los dos. Y María y José no han tenido miedo, se han abandonado, han dicho “sí” y se han mantenido fieles, sin jamás traicionar.

Lo mismo ha hecho María Giuseppina Norcia, Aquella que es para nosotros Madre espiritual, Aquella que ha dado vida a esta Iglesia, nuestro ejemplo, nuestro todo. Aquella a la cual hemos consagrado nuestra vida, poniendo el pie en la Nueva Jerusalén. Ella es ejemplo perfecto para cada uno de nosotros. Llamada por Jesus a renovar aquel momento de amor vivido cuando era niña – no ha titubeado, aunque muy en la prueba – Ella ha dicho “sí” aquel 15 de mayo de ’74, uniendo Su voluntad a la voluntad de Aquel que en ese momento la estaba llamando a un gran Misterio, a ayudarLe para llevar a cumplimiento el Plan de Salvación que el Padre había preparado para esta humanidad, para todos nosotros, en estos tiempos. Ella no ha titubeado, ha dicho “sí” aquel día y ha renovado aquel si todos los días, desempeñando hasta el fondo el Llamado a pesar de muchas pruebas, y a pesar de muchas amarguras que le fueron causadas por quien no ha sido digno de pertenecer a Su vida. Pero a pesar de los dolores, y de las pruebas, a pesar de las traiciones que Su corazón ha tenido que sufrir, Ella se ha mantenido fiel a Jesús y nunca ha traicionado.

He aquí nuestro ejemplo, he aquí nuestros ejemplos. He aquí el ejemplo de María Santísima, el ejemplo de San José, y he aquí el ejemplo de esta Mujer extraordinaria, que el Padre nos ha donado en este tiempo. Y he aquí el ejemplo de Jesús, Hombre y Dios,  que desde cuando era pequeño, aunque viviendo su niñez y adolescencia, se ha mantenido fiel y obediente a los padres, para luego mantenerse fiel y obediente al Padre Santo que está en los Cielos, hasta el final, cumpliendo hasta el fondo la voluntad del Padre, abrazando la Cruz por nuestro amor y venciendo el mal, dejando clavado el mal sobre aquella Cruz.

He aquí nuestro Jesús y Su victoria. Y he aquí nuestra meditación hoy, queriendo imitar a Su vida, para poder llegar a la victoria. Para hacerlo tenemos que esforzarnos para permanecer fieles siempre, en toda circunstancia, en la prueba y en la alegría. Es una promesa solemne la que se hace a Dios en el momento en el cual se dice “sí” al llamado y se quiere permanecer fieles. Una promesa solemne, así como solemne es la promesa que los esposos se hacen en el momento en el cual dicen “sí”, prometiéndose fidelidad recíproca, amor recíproco, esforzándose todos los días para mantenerse fieles a aquella promesa, poniendo corazón y voluntad y encomendándose a Dios para pedir Su gracia y superar toda prueba de la cotidianidad.

He aquí que con la oración, la viva confianza en Dios y con la ayuda de los hermanos todo se puede. Toda prueba se puede superar. Toda dificultad puede y debe ser vencida. Judas no se ha encomendado ni a la oración, ni a su Jesús, y ni a los hermanos, y por esto Judas ha caído, ha traicionado y se ha perdido por la eternidad.

¡Ay de quien ahora enseña que Judas no se habría perdido! Judas se ha perdido. ¡Ay de aquel que ha traicionado al Hijo del hombre! ¡Ay! Nunca debería haber nacido. Pedro, en cambio, aunque renegando de Jesús, ha logrado llorar sobre el propio error, así como nos enseña Jesús: ha vuelto de la Madre y de los hermanos, que lo han comprendido en su drama y le han ayudado a volver a levantarse. Gracias al amor de la Madre de Dios, al amor de los hermanos y al sincero arrepentimiento, Pedro ha vuelto a resplandecer aún más, llegando a ser aquella piedra fuerte, que Jesús había llamado hacia Si mismo, para ser baluarte de los hermanos y para ser baluarte de aquellos que luego se habrían dicho cristianos. He aquí, siguiendo sus ejemplos, nosotros hoy queremos renovar nuestro “sí” al llamado recibido, y pedirle la gracia a Dios, confiando en la oración y confiando en la ayuda de los hermanos para poder renovar hoy nuestro “sí” y mantenernos, para siempre, fieles a Jesús.

Jesús, María Santísima y San José, unidos a María Giuseppina, nos obtengan esta gracia: de mantenernos siempre fieles, y nunca traicionar a nuestro Jesús. 

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.