Contemplamos el dolor que María ha ofrecido por amor

26 de marzo de 2021
VI Viernes de Cuaresma
Meditación del Día

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y queridas hermanas, en este sexto viernes de Cuaresma contemplamos a María Santísima Dolorosa y la espada que le ha traspasado el alma. Contemplando la Dolorosa meditamos sobre su dolor: un dolor ofrecido por amor; un amor obediente que ha acogido la prueba tal de hacer hasta el fondo la voluntad de Dios. Esta es María. Aquella que se ha hecho Sierva por amor del Señor, aquella que se ha mantenido obediente hasta el fondo tal de hacer la voluntad del Padre, sin jamás faltar, sin jamás traicionar, sin jamás pensar haber sido engañada por el Padre.

La enseñanza de María Dolorosa está viva. Lo que Ella ha vivido, entonces, es más que nunca actual, ahora; este para permitirle a todos aquellos que aman al Hijo acoger, siguiendo el ejemplo de María, y vivir cada prueba con amor y obediencia viva, para hacer hasta el fondo la voluntad del Padre, sin jamás rebelarse, sin jamás traicionar el llamado, sin jamás dejar que el pensamiento humano pueda prevalecer sobre el pensamiento divino.

En María nunca ha estado el “yo”. En María desde siempre habita Dios. En María desde siempre habita la gracia de Dios. María es Tabernáculo del Espíritu Santo; María está al servicio de Dios desde siempre, y de manera pública, desde el día en el cual, día de sus bodas con el Cielo, Ella dijo al Ángel: “He aquí la esclava del Señor. Fiat. Haz de mi lo que Te agrada”. Dios ha acogido aquellas palabras y gracias a aquel Sí María ha sido hecha aún más fuerte por la Omnipotencia del Padre, que desde aquel momento en adelante aún más ha acompañado a María llevándola a acoger y a vencer toda prueba, incluso la más dolorida. En el amor María todo ha aceptado y todo ha vencido, coparticipando y ayudando al Hijo a llevar al cabo todo en la perfección.

María ha aceptado que el Hijo subiese el Monte calvario y fuese crucificado sobre el Gólgota porque sabía que aquella era la voluntad del Padre. Y aunque destrozada y lacerada en lo íntimo, como Mamá y como mujer, por el dolor indecible, Ella jamás ha dudado permaneciendo obediente hasta el fondo a la voluntad del Padre, bebiendo junto al Hijo la copa para sellar juntos, en aquel dolor ofrecido por amor, en aquella sangre vertida juntos, la nueva Alianza.

En una revelación, Jesús presentó a María Giuseppina Norcia el encuentro sobre el vía crucis de Jesús con su Madre. “Al ver al Hijo dilecto” la Virgen estaba destrozada por el dolor y en su corazón habría podido gritar al Hijo: “¡Has demasiado sufrido!”, escribe María Giuseppina, que pero luego añade: “Pero girándose me vio y entonces en un arranque heroico dice al Hijo: «Continua tu camino hasta cuando todo sea cumplido». De este he comprendido – concluye María Giuseppina – cuánto pide de don total el amor llevado a las extremas consecuencias”. Nosotros, del ejemplo de vida de esta Mozuela comprendemos cómo sólo el amor alivia todo sufrimiento, en el momento en el cual el sufrimiento llega a ser una oferta a Dios. Esta es María. He aquí la unión del sufrimiento mariano que procede por la historia, unida al sufrimiento del Hijo, que procede por la historia, en una única oferta grata al Padre a fin de que Su voluntad se haga por el triunfo de su Amor. Quien descarta María, quien descarta su sacrificio, quien descarta su pasión, descarta Cristo y su pasión. Esta, nuevamente repito, es la verdadera cultura del descarte que hay que desarraigar del corazón de todos aquellos que son cristianos, para alejar el viento de la apostasía y de la indiferencia que en estos tiempos duros y difíciles, tiempos últimos de la cristiandad, desgraciadamente reina en el corazón de muchos.

Sobre el Gólgota el Hijo ha encomendado todos sus hijos a la Madre, que en aquel momento estaba bien consciente de su papel de Corredentora de la humanidad. Ella, acogiendo a Juan el apóstol, ha acogido la invitación del Hijo a manifestarse como Corredentora, acogiendo a todos los hijos de aquel tiempo y a los hijos de los tiempos futuros, para llevar todos al Hijo.

El dolor de la Madre está unido indivisiblemente al dolor del Hijo. María se ofrece por amor de Jesús, para ayudar al Hijo, coparticipando al Misterio de la Redención. Así al Redentor se une la Corredentora, para conducir todos los hijos de Dios a la salvación. Y a su vez, al Redentor y a la Corredentora se unen los mártires y los santos de Dios, ofreciendo la propia vida y la propia cotidianidad al Padre para coparticipar, siguiendo el ejemplo de Jesús y siguiendo el ejemplo de María, al Misterio de la Salvación. Los primeros apóstoles, después de la muerte de Jesús, ya no pudiendo apretar las manos del Maestro, apretaron las manos de María, a la cual Jesús les había encomendado. Y gracias a aquellas manos los Apóstoles han llegado a ser fuertes, se han definitivamente fortalecido, para ser a su vez listos, en el momento en el cual ha bajado el Espíritu Santo, a coparticipar al Misterio de la Redención. San Pablo en la carta a los Colosenses dice: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. Al decir esto San Pablo manifiesta su voluntad de coparticipar con Cristo y con la Madre Iglesia, María.

Los verdaderos cristianos tienen que comprender bien que la pasión de Cristo ha empezado en el vientre de María. También la pasión de Cristo es un itinerario, de Cristo y de sus hijos: un itinerario que en María ha nacido y con María se cumple, para hacer triunfar el Sacrificio del Hijo y hacer vencer la cristiandad entera, que en el Padre encuentra cumplimiento.

Este es lo al cual están llamados ahora todos los hijos de la Madre Iglesia: hacer este itinerario con amor, enfrentando y ofreciendo cada prueba por amor de Cristo y de María, para coparticipar al Misterio de Redención que en la Nueva Jerusalén se cumplirá definitivamente, con la derrota del mal y la consiguiente victoria de los hijos de Dios que, vencida la prueba, no morirán sino vivirán una vida nueva: habitarán en Cielos nuevos y en una Tierra nueva, para vivir el Reino prometido, así como está escrito en la Sagrada Escritura.

«Alabanza y honor a Ti, Rey de los reyes y Señor de los señores. Alabanza y honor a Ti, María, Mozuela, Madre y Corredentora, que has sabido ofrecer tu inmenso dolor por amor del Señor, coparticipando hasta el fundo a su Misa viva, continua y palpitante. Por esto nosotros hoy te alabamos y te agradecemos, Madre Santa. Haznos humildes, dóciles y obedientes, perseverantes y fuertes, para unirnos a ti y ofrecer todo al Señor: nuestra vida y nuestra cotidianidad, para coparticipar, unidos a ti, al Misterio de la Redención. Y por el inmenso dolor que has ofrecido por amor del Señor, nosotros hoy otra vez más te pedimos: Madre, salva a tus hijos. Madre, salva a aquellos que a ti se encomiendan. Madre, salva a quien está animado por la buena voluntad. Indica a todos el camino que conduce a la Tierra de Amor, donde Tu Hijo ha puesto su morada, a fin de que todos puedan recibir su infinita misericordia y ser salvados. Y así sea».

Oración al Padre Todopoderoso

Consagración al Corazón del Padre

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.