Contemplamos la Llaga al costado de Jesús.
Por el don de la Vida
19 de marzo de 2021
V Viernes de Cuaresma
Meditación del Día
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y queridas hermanas, en este quinto viernes de Cuaresma continuamos nuestra meditación sobre las cinco llagas de Jesús sobre la Cruz y hoy contemplamos su santa llaga al costado, provocada por el golpe de lanza que lo ha traspasado. Y unidos a María, ofrecemos nuestra oración y todo sacrificio y sufrimiento sufrido por Jesús por el don sacro de la Vida.
La vida es un don de Dios. Finalidad de la vida para cada hombre y para cada mujer es aquel de acoger el don para luego volver en aquel que es Vida, fuente de toda santidad; para luego poder vivir la vida en plenitud, en la eternidad.
Para todos, en general, y para cada cristiano, de manera particular, el sentido de la vida es poner en práctica aquellas enseñanzas santas que proyectan el corazón y el espíritu a hacer el bien, para poder luego volver en aquel que todo ha generado, Aquel que es vida. No “hacer el bien según consciencia”, como muchos ahora dicen y enseñan; sino hacer el bien según Aquel que es Sumo Bien, Aquel que, Principio de todo Bien, todo ha creado y todo nos ha donado. Aquel que se ha manifestado en el Hijo Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, unigénito Hijo, Salvador del mundo. Aquel que nos ha hecho el don de la vida que – en cuanto tal – es sacra, desde la natural concepción hasta cuando Dios querrá.
Nadie en este puede substituirse al Creador. A ningún hombre o a ninguna mujer se le concede suprimir la vida: ni la propia ni la del prójimo. “Ama a Dios con todo ti mismo y ama a tu prójimo como a ti mi mismo” nos ha enseñado el Maestro. En el mandamiento de Jesús está la síntesis del amor que ama la vida, amando primero al Creador y entonces a todas sus criaturas. Confiando en el amor y en la ayuda de Dios todo se puede vencer. Incluso el dolor, las dificultades, los sufrimientos de quien está llamado a generar vida. Superando incluso el dolor por la violencia sufrida. El amor por la vida que nace vence la muerte provocada por el dolor sufrido. Así como el amor por el fin de vida que, por muy sufriente que sea, rescata el alma del pecado, propio y del prójimo, uniendo y coparticipando al Misterio de la Redención del Cristo Salvador.
La vida está intrínsecamente unida al Amor. Vida y Amor, Amor y Vida: estas son las dos palabras que se deben comprender, a fin de que todos puedan ser injertados en el Árbol de la Vida, que es fruto del amor de Jesús, que sobre la Cruz se ha inmolado para nuestra salvación y ha vencido, abriendo de par en par a los hijos de Dios la posibilidad de entrar en Paraíso.
Antes de remitir el propio espíritu al Padre, Jesús ha aceptado que la humanidad lo probara hasta el final. En el golpe de lanza final, infligido a su costado, la humanidad ha querido constatar la muerte efectiva del hombre Jesús – Hombre para muchos, Dios para pocos – a pesar de que Jesús, hasta aquel momento, hubiese ya donado toda gota de Su sangre como signo de amor por aquellos hijos de aquel tiempo y por los hijos de los tiempos futuros. La herida al costado ha sido la más dolorosa. Y de la herida brotada del golpe de lanza han salido agua y sangre, sorprendiendo así aquellos verdugos, que no se esperaban ver eso. Quien ha traspasado a Jesús se esperaba ver brotar una sangre que en realidad ya no era sangre. Con la sangre – poca, poquísima sangre – ha brotado, en cambio, agua, en abundancia. Sangre y agua representan la Humanidad y la Divinidad. Humanidad, porque somos hechos de carne. Divinidad, representada por el agua, signo de la trasparencia que te reconduce a Dios.
He aquí unidos el humano y el divino, que por obra de Dios hace santos.
El signo prodigioso de la salida del agua junto a la sangre manifiesta el infinito Amor de un Dios hecho Hombre que totalmente se dona por amor de sus hijos, donándoles la vida eterna. El signo del agua manifiesta la pertenencia de cada hombre a la fuente del agua de la vida, que purifica los corazones de todo pecado. Aquí, ahora, en la Nueva Jerusalén, aquel signo encuentra cumplimiento definitivo. Aquí habita aquel que es vida. Aquí está la Fuente del agua de la Vida, que purifica y purificará cada hijo y cada criatura que quiere llegar a ser “hijo”, para así merecer heredar la vida eterna.
En Jesús estaba la sangre del amor de Dios y estaba la esencia divina, el agua de la fuente de la vida que purifica los corazones. Así el agua, unida a la sangre, ayuda aún más a comprender el sentido profundo del vino nuevo de la nueva alianza, que el Padre había establecido con los primeros Apóstoles y que habría luego renovado, en los últimos tiempos, con los nuevos Apóstoles llamados a dar cumplimiento a Reino prometido.
Aquel del agua y de la sangre, símbolo del vino, ha sido el último signo público donado por Jesús antes de expirar. Un último signo que retoma el primer signo, aquel de las bodas de Caná, donde el agua y el vino vuelven, invirtiéndose para completarse. Al inicio de su misión pública, a las bodas de Caná, Jesús transforma el agua en vino; a finales de su misión terrenal, sobre el Gólgota, Jesús hace que la sangre, entonces el vino, vuelva a ser agua, para purificar y saciar la sed por la eternidad. En el agua y en el vino está así la manifestación de la nueva alianza, refundada y renovada en el sacrificio de Jesús, el Cordero victorioso, que ahora está vivo y victorioso. En la Nueva Jerusalén cada palabra del Maestro se cumple. Jesús dijo entonces: “Ya no beberé del producto de la vid hasta el día que lo beba nuevo en mi Reino”. Aquí, en esta Tierra de Amor, bendita, está la Fuente del agua de la vida; y está el vino, como signo del amor presente del Hijo de Dios. He aquí que aquella sangre y aquella agua en el vino nuevo vuelven a donar la vida, la verdadera vida, purificada de todo pecado y de todo tipo de enemistad, porque en esta Tierra de Amor ya no existirá enemistad entre Dios y el hombre. Aquí Dios ha bajado para reinar junto a sus hijos y conducir todos a regresar en el Corazón de Aquel que es Vida, donde no hay ni luto, ni lamento, ni afán, porque el Corazón de la Vida es el Amor, que Cristo manifiesta en su tríplice esencia y sustancia de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo.
«Alabanza y honor a Ti, Jesús, Rey de los reyes y Señor de los señores. En honor de tu santa llaga al costado te ofrecemos nuestra oración y todo nuestro sacrificio y acto de caridad cristiana. En este día, por tu santa llaga a tu santísimo costado, del cual ha brotado sangre junto al agua, te pedimos hacer comprender y amar el don sacro de la vida, a fin de que todos puedan vivir en el amor a Jesús, Dios Uno y Trino, y al prójimo, para merecer recibir como don la vida eterna, que es Cristo Señor. Y así sea».
Oración al Padre Todopoderoso
Consagración al Corazón del Padre
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.