Cuaresma: tiempo de gracia
para volver a vivir el Amor,
por Dios y por los hermanos

16 de febrero de 2021
Meditación del Día

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y queridas hermanas, estamos listos para vivir esta santa Cuaresma, el tiempo de mayor gracia que nos ha sido donado para vivir más intensamente a Dios, para volver a vivir Dios como único Bien primario. En este tiempo que inicia el Miércoles de ceniza y termina el Sábado santo, todos estamos llamados a vivir mayormente la oración y la fraternidad, para poner en práctica el mandamiento del amor que Jesús nos ha enseñado: “Ama a Dios con todo ti mismo, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Éste es el corazón del mensaje cristiano, que llega a ser centro de nuestro actuar; y además Jesús dice: «Misericordia yo quiero, que no sacrificio». Éste es el corazón de la ley: el amor, el amor por Dios y el amor por los hermanos, aquel amor que Jesús y María nos han enseñado con su ejemplo de vida.

He aquí que en este tiempo cada bueno cristiano se prepara a la santa Pascua, dedicando más amplio tiempo a la meditación y a la oración y, como consecuencia de esto, dedicándose aún más a la caridad, a amar al prójimo y al hermano, a la hermana. Esta es la Misericordia que aquí Dios nos pide, este es el ejemplo que María Giuseppina Norcia me ha donado y nos ha donado, en esta Tierra de Amor que es centro de la infinita misericordia de Dios.

Amando a Jesús, amamos al hermano; amando a María, amamos a la hermana, incluso cuando los hermanos y las hermanas no son como quisiéramos y nos esperaríamos que fueran. Pero las relaciones entre los hermanos de la Jerusalén deben ser diferentes de los que viven el mundo: un mundo presa de envidias, de celosías y de rivalidades. El verdadero amor no es egoísta, se dona, haciendo a los otros lo que se quisiera fuera hecho a nosotros mismos; amando a la vida, don del Padre, viviendo así una vida sana y santa, equilibrada, y amando a aquellos que el Padre a lo largo de la vida nos ha encomendado, nos encomienda y nos encomendará. Al hacerlo se vive agradeciendo y rezando cotidianamente el Padre por el don sacro de la vida, y poniendo en el centro de nuestra acción cotidiana el amor por la familia, entendida como Iglesia domestica y entendida como Iglesia universal, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, imitando las virtudes y al amor que ha caracterizado la vida de San José, de María Santísima y de Jesús.

He aquí la armonía entre esposo y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, siguiendo el ejemplo y en la concienciación de tener un Padre y una Madre, que nunca abandonarán a los hijos a Ellos encomendados, invocando la misericordia del Padre y de la Madre, a fin de que muchas víctimas de la violencia puedan encontrar reposo, consuelo y justicia.

Volved a Dios, volved a vivir Dios como único Bien primario, y nada faltará. Venid, vosotros que sois perseguidos y oprimidos por la violencia, por el atropello, por la despreocupación de muchos. Venid, vosotros pequeños, aplastados y marginalizados por los poderosos de este mundo, por quien, en vez de servir a Dios Lo ha traicionado prefiriendo servir a Mammón. Venid, para ser saciados y abrevados de aquel pan y de aquella agua que no os harán advertir ni hambre ni sed, venid, dejaos inebriar por el perfume de Cristo y por la pureza de María. Venid, para renacer a vida nueva en el Espíritu, aquí donde el Espíritu vive y habita. Venid, para contemplar al rostro del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Uno y Trino, que en el Hijo es Persona, don del Padre para liberar el corazón y el alma de los pesos de la cotidianidad y de las cadenas de quien ha hecho los hijos subyugados y esclavos, aquellos hijos que Jesús, con Su sacrificio, había liberado.

«Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa» dice Jesús. Estas palabras son más actuales que nunca. El amor es el corazón de la ley, por Jesús y por los hermanos. Bueno es ofrecer a Jesús un pequeño sacrificio, una pequeña renuncia de vez en cuando, sin demasiado atarse para no quedarse embridados en la humanidad al detrimento de la caridad. Cosa buena y justa es, en este tiempo, unirse y coparticipar al sacrificio de Jesús, ofreciendo un pequeño ayuno el Viernes santo, el Miércoles de ceniza, consumando pequeños pastos, frugales, sin saciar el vientre. Pero jamás al detrimento de la caridad y del amor, del amor por Dios y por el prójimo.

Viviendo al amor se volverá a descubrir la alegría de vivir Cristo Amor, aquí bajado para volver a donar a todos la alegría de ser cristianos, de vivir todos los días en comunión de corazón y alma y espíritu con Jesús, pan vivo bajado del Cielo, que en la Nueva Jerusalén nutre a Sus hijos en Espíritu y Verdad, que dona Su paz, Su amor, Su alegría, a fin de que todos sean sinceramente agradecidos al Padre y a la Madre, por haber sido llamados a vivir el Reino, habiendo aquí encontrado el Tesoro de los tesoros: Jesús, bajado Niño, para nuevamente donar a los hombres Su bondad y hacer volver a descubrir a todos la alegría de vivir el amor y la libertad, aquel amor y aquella libertad que se funda sobre la fraternidad y la concordia, sobre el respeto de la libertad que Dios ha donado a todos, sabiendo bien que la libertad propia termina donde inicia la libertad del otro. Sólo así somos de verdad iguales y libres delante de los hombres y a Dios, sólo así el amor podrá triunfar, aquel amor por Dios por el prójimo, así como Jesús nos ha enseñado.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.