En María el signo es gracia y hay que acogerlo
con gratitud y amor

11 de febrero de 2021
Memoria de la aparición
de María Santísima de Lourdes
Meditación del Día

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y queridas hermanas, hoy la alegría en nuestro corazón está viva festejando la aparición de la Virgen de Lourdes. El 11 de febrero 1858, María Santísima apareció a una mozuela de 14 años, Bernadette Soubirous, para luego anunciarse el 25 de marzo, en la Fiesta de la Anunciación, como la Inmaculada Concepción, confirmando así el dogma de papa Pio IX que, en 1854 – entonces, cuatro años antes de aquel momento – había proclamado el dogma de fe que María ha sido concebida sin la mancha del pecado original, entonces concebida inmaculada, entonces la Inmaculada Concepción.

Grande es la gracia que el Cielo nos ha donado en Lourdes, a fin de que el mundo pudiese aún más honrar y amar a María, y comprenderla más y más en Su esencia y sustancia. He aquí los signos abundantes y copiosos que han brotado, e lo largo del tiempo, del Corazón Inmaculado de María, que ha donado Su agua bendita y milagrosa, a través de la cual muchos han sido curados en el cuerpo y en el espíritu, en el alma.

He aquí el signo, que confirma la gran revelación hecha. Un signo, no sólo fin en sí mismo – aquel del agua que ha llevado la curación de muchos en el cuerpo – sino un signo que da frutos tanto abundantes, cuanto más viva está la fe de aquellos que están llamados a acogerlo, el signo. El signo es, entonces, una mayor gracia que el Cielo dona a los hijos de Dios, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y nadie puede desconocer el signo del Cielo por costumbre, así como nadie puede despreciar la gracia afirmando a la ligera que los signos no sirven para acrecer la fe o que no sirven para ayudar a los hombres a buscarla para luego obtenerla, la fe. La gracia es gracia, hay que acogerla y amarla. El signo es gracia, y hay que apreciarlo, por lo menos no despreciarlo.

El hijo está llamado a apreciar el don del padre, de la madre, que se inclinan sobre su corazón para donarle su mayor ayuda, incluso si en aquel momento aquella ayuda pueda no ser comprendida en su entereza y profundidad. Este es lo que ha pasado incluso aquí, en la Nueva Jerusalén, donde el Padre celestial y la Madre santa han elegido María Giuseppina Norcia para hacer conocer a todos que este es “el” lugar elegido por el Cielo por el cumplimiento de las promesas celestiales. Y para confirmar y suportar este anuncio, he aquí los signos, fruto de la gracia divina que el Cielo ha derramado y sigue derramando a todos aquellos que se acercan a la Pequeña Cuna del Niño Jesús con fe. He aquí el agua bendita, que María Santísima ha querido donar a Sus hijos en esta Tierra de Amor, y he aquí las numerosas gracias corporales y espirituales que muchos han recibido, para confirmar la veracidad de la acción y de la misión de María Giuseppina Norcia, que ahora prosigue.

María, Madre Iglesia, nos acompaña para hacer comprender, amar y acoger la Nueva Jerusalén, Morada metafísica que el Padre aquí ha establecido. Lo que ha ocurrido en Lourdes es una etapa del camino de revelación y manifestación que concierne la esencia y la sustancia de María Santísima, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ahora quieren dar a conocer a todos los hijos de Dios en la totalidad.

He aquí María, conocida y reconocida en el tiempo como la Madre de Dios, luego como la Siempre Virgen; luego como la Inmaculada Concepción, luego como la Asunta al Cielo, en alma y cuerpo, para luego – ahora – conocer y reconocer María como la Corredentora Universal, aquella que con el Hijo, por el Hijo y en el Hijo Cristo tiene el poder de salvar, por la gracia particular que Dios Padre Todopoderoso Le ha conferido.

La Llena de Gracia derrama Sus gracias, físicas y espirituales, a todos aquellos que la invocan con fe. María es la Todopoderosa por gracia, y a María el Padre todo concede. Toda gracia pedida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por medio de María, puede ser obtenida cuanto más viva está la fe de quien pide a María, en Cristo, con Cristo y por Cristo. Esta es la fuerza de la acción del Espíritu Santo, que está en María, Templo del Espíritu Santo. Y el Espíritu actúa o directamente, de corazón a corazón, o por medio de los signos exteriores donados a los hombres, como el agua, signo de la acción milagrosa del Espíritu Santo.

En la Nueva Jerusalén ahora todo se cumple y se vive en Espíritu y Verdad. No tengáis miedo, venid a abrevaros en Espíritu y Verdad del agua de la Fuente de la Vida, que brota del Corazón de María, que a todos dona Su leche y Su miel, Su gracia, para conducir todos a vivir eternamente la eterna vida, que es Cristo Señor, Dios Uno y Trino.

María, la toda Bella, la toda Pura, la Inmaculada Concepción por obra del Espíritu Santo, en Su tríplice esencia de Sierva, Esposa y Reina nos ayuda y siempre nos ayudará, donando a todos Su gracia y Su infinito amor, para hacer vivir a todos una vida recta, sana y santa.

Amad a María, rezad María, amadla con todo vuestro corazón, invocadla y nada faltará. María, la Llena de Gracia, todo puede. «Yo soy la Inmaculada Concepción» dijo María manifestándose a Bernadette. Y nosotros hoy, uniéndonos a Bernadette y a Santa Catalina Labourè – la santa de la medalla milagrosa – respondimos juntos, con un solo corazón y una sola voz: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.