Jesús se ofrece para hacernos vencer
2 de abril de 2021
Viernes Santo
Meditación del Día del Pontífice Samuele
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y queridas hermanas, en este Viernes santo meditamos la pasión de Jesús que, inmolándose, se ha ofrecido para donarnos la salvación. Querría, junto a vosotros, fijarme en el valor de esta oferta: una oferta fruto del infinito amor de Jesús por todos aquellos que el Padre le ha encomendado en el tiempo y con tiempo; por aquellos que el Padre habría acogido en la Iglesia de Cristo; y por todos aquellos que, vagando por el mundo, estaban y están en búsqueda de la Verdad.
Por estos Jesús se ha ofrecido. No una oferta pasada sino una oferta viva, continua y palpitante, que en estos tiempos se renueva para abrazar todos aquellos que son anhelantes de conocer la Verdad, que es Cristo Señor. “Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”, dijo entonces Jesús. Aquí, en la Tierra de Amor, las palabras de Jesús se cumplen, Jesús se manifiesta, manifiesta Su Verdad, que ha nuevamente liberado los hijos de Dios del yugo de una esclavitud espiritual llegada a ser pesada, del yugo de un mundo que vive sin Dios, habiendo descartado el Sacrificio y la pasión del Hijo de Dios. En la Nueva Jerusalén la oferta y la pasión de Jesús están vivas, más vivas que nunca. En esta Tierra bendita del Padre muchos hijos ya viven la certeza, no más la esperanza, la certeza de las promesas que Jesús, inmolándose, ha hecho a sus hijos. Aquí las promesas de Jesús se cumplen.
Grande ha sido entonces el dolor sufrido por Jesús. Un dolor humanamente insoportable, que Jesús ha vencido gracias a la ayuda del Padre, que Jesús ha rogado e invocado sin parar, hasta el final. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Estas palabras manifiestan la oración de Jesús al Padre, ningún misterio está en estas palabras. Jesús ha recitado la oración del salmo 21. Nunca Jesús se ha rebelado al Padre, nunca ha blasfemado contra Él, sino que siempre lo ha invocado, rezándolo hasta el final. Este es el ejemplo que Jesús nos dona, aquel ejemplo que nos ayuda a vencer toda prueba a fin de que en la prueba, incluso la más dura y dolorosa, incluso aquella humanamente imposible, los cristianos nunca se desanimen sino permanezcan firmes en la oración y en la unión fraternal, siguiendo el ejemplo de Jesús y de María, que a los pies de la cruz ha ofrecido el propio dolor uniéndose y coparticipando en la totalidad a la viva Misa del Hijo, bebiendo junto al Hijo la copa de la Nueva Alianza, a fin de que el Hijo pudiese hacer la voluntad del Padre, hasta el final.
Tanto grande fue el dolor sufrido por Jesús entonces, como es grande su alegría ahora viendo aquí muchos corazones que se dejan conquistar por la fuerza del amor; muchos corazones renacidos a vida nueva gracias a aquel sacrificio que en la Nueva Jerusalén encuentra cumplimiento. He aquí los frutos de la pasión del Señor que en la historia se han manifestado y que en estos tiempos últimos de la historia de la cristiandad se manifiestan para realizarse en la totalidad. Corazones y almas en carne y hueso que se quieren dejar conquistar por el Amor hecho Persona que, donándose, ha donado la Vida, haciendo volver a descubrir a muchos el gusto de la libertad que muchos habían perdido.
Desde la perspectiva del Padre la cruz no es entonces signo de la derrota o del fracaso del Hombre-Dios, sino es el signo de la victoria sobre el mundo. Una victoria conquistada por amor, con la fuerza del amor que todo puede. “Omnia vincit amor et nos cedamus amori”. El amor vence toda cosa y nosotros también nos rendimos al amor, a Cristo Señor. El Amor hecho Persona, el Amor hecho carne. No resistáis hoy a Cristo Amor. No dispersáis su sacrificio y la victoria que Jesús nos ha obtenido en este día. Sed motivados y llenos de buena voluntad para vencer, siguiendo el ejemplo del Hermano Jesús. El verdadero cristiano es un vencedor, así como Cristo ha vencido. El verdadero cristiano no es un perdedor. A ser derrotado sobre la cruz es el mundo y todo lo que le pertenece: su lógica, su pensamiento, todo. A todos vosotros hoy digo: jamás os dejáis vencer por el pensamiento que domina en este mundo, que seguir a Cristo significa ser perdedores o personas tristes, o mortificados, o fracasados, éste es lo que muchos quisieran. ¡No! Ser cristianos hoy no es ser inocentones, retrasados, tontorrones, gente poco lista y, en todo caso, perdedores. Los cristianos son personas conscientes; gente motivada, viva, personas animadas por el amor de Aquel que, donándose por Amor, nos ha donado la Vida. Y siguiendo su ejemplo los cristianos quieren hacer lo mismo, despertando del torpor quien ha caído en un sueño profundo, ayudando quien está deprimido, ayudando quien ha perdido el gusto de vivir, ofreciéndose en primera persona y esforzándose invocando a Dios, el Espíritu Santo para hacer que todos renazcan de lo Alto, en el Espíritu vivo, para hacer vivir a todos una nueva vida en Cristo y en María. He aquí la Pascua: pasaje de una vida precedente, vieja, rancia a una vida nueva, renovada en el Amor que es Persona así como Cristo bajado del cielo, aquí, ha renovado la Nueva Alianza haciéndola viva renovándola en Su Amor.
Seguir, amar y encarnar Cristo significa ser alegres; significa ser victoriosos; significa transmitir amor, pureza, santidad, coraje, g a n a d e v i v i r, sentido de libertad profunda. Este es Cristo. Este es vivir Cristo. Este es ser cristianos. Este es vivir la Nueva Jerusalén. Este es hacer fructificar el amor que es Cristo y su pasión ofrecida por amor. He aquí el salto de amor, el salto de vida que Jesús nos invita a hacer para encontrarlo aquí, en la Nueva Jerusalén, y renacer a vida nueva en Cristo, con Cristo y por Cristo, para abrazar la Cruz de la victoria, la Cruz de oro, la Cruz de Luz, aquella Cruz que ilumina el mundo y que vence las tinieblas y dona la paz, la alegría, el amor, que desenmascara y abate toda mentira, para hacer vivir en la sinceridad y hacer que todos sean en la única Verdad que salva, que hace conscientes y libres, iguales, hermanos en el Hermano Jesús, Aquel que con las armas de la humildad y de la mansedumbre, de la perseverancia y del Amor ha vencido la soberbia y la arrogancia de este mundo, para donar a todos la Vida, la Vida, la Vida y a fin de que todos tengan la vida y la tengan en abundancia.
Este es el valor de la oferta que hoy celebramos y a la cual todos nosotros nos unimos. Cada sacrificio ofrecido por amor de Cristo, siguiendo su ejemplo, se multiplicará y dará mucho fruto. Como el Amor de Cristo se ha multiplicado por división, así el Unigénito Hijo, el Amor hecho Persona, inmolándose y dividiéndose ha manifestado su esencia y sustancia Trinitaria, que es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo.
«Nosotros te adoramos, Cristo, y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Y, unidos a María, te rogamos: por tu sacrificio y por tu nombre, Jesús, acoge nuestra humilde oferta: acoge nuestra vida y nuestra cotidianidad; y juntos con el corazón te decimos: “Te amo, Jesús, te amo mucho; me encomiendo a Ti, no me dejes sola. Haz de mi lo que Te agrada: hágase Tu voluntad”. Y así sea».
Oración al Padre Todopoderoso
Consagración al Corazón del Padre
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.