La comunión cristiana: pertenecientes
a la única comunidad que es Cristo
1 de abril de 2021
Jueves Santo
Meditación del Día del Pontífice Samuele
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y queridas hermanas, en este jueves santo meditamos la compartición y la fraternidad cristiana, aquella fraternidad que Jesús ha instituido en la Última cena, para hacer vivir a todos el valor de la comunión cristiana, la pertenencia a la única Comunidad que es Cristo. Jesús ha vivido la comunión y la compartición con sus amigos, para hacer que en el tiempo esta enseñanza llegara a ser una constante para los cristianos, que en la comunión fraternal encuentra cumplimiento, en obras, en palabras y en los hechos.
Esta ha sido la última enseñanza que el Maestro Jesús ha donado a sus amigos y hermanos en la última cena, a fin de que pudiesen seguir cultivando aquella enseñanza y hacerla crecer en el corazón de muchos. Jesús sabía bien que a lo largo del tiempo la fraternidad y la comunión cristiana habrían sido atacadas por el enemigo de Dios. Por esto Jesús quiso robustecer aquellos primeros Apóstoles en el espíritu y dejarles este testamento espiritual, a fin de que en el tiempo esta enseñanza no se perdiera sino fuese hecho vivir y fuese transmitido a todos aquellos que quieren llevar a cumplimiento la cristiandad.
En este espíritu de compartición y fraternidad cada cristiano hoy está llamado a reunirse al Corazón del Maestro, abandonando lo que en el tiempo ha llevado a las desuniones y a la división, incluso entre los cristianos.
Hoy todos estamos llamados a tomar ejemplo de Jesús y de María, que son, para todos, signo de comunión y de compartición y no de división e intolerancia. Jesús está unido a María. El Hijo está unido a la Madre. Lo que está en el Hijo está en la Madre y lo que está en la Madre está en el Hijo. Tomamos ejemplo de San José, que había comprendido bien la ligazón entre el Hijo y la Madre, y ha vivido esta unión con verdadero espíritu de adoración.
También en aquel Jueves santo María estaba espiritualmente unida a su Jesús; físicamente en unión y en compartición con las otras mujeres, discípulas de Jesús, espiritualmente en oración y al servicio del Hijo y de sus hijos. Por un lado, Jesús impartía las últimas instrucciones a quien, en calidad de ministro de Dios, habría debido llevar Cristo a todos, administrando su palabra y su salvación; por el otro María estaba unida al Hijo en la oración y en la compartición de lo que el Hijo estaba haciendo. En aquel momento el Padre ha querido poner todos en el mismo nivel, hombres y mujeres, en aquella distinción de papeles y de tareas que caracteriza el hombre y la mujer, pero en aquella unión profunda querida por el Padre desde la creación del mundo, cuando “varón y hembra les creó”. Jesús y los Apóstoles estaban unidos para compartir la fraternidad y la compartición del ministerio sacerdotal del cual estaban encargados, llamados, mientras María y las mujeres estaban reunidas en oración manifestando la viva laboriosidad cristiana que se pone al servicio de los hermanos. Nadie puede trascender o instrumentalizar esta enseñanza, ni dividir el servicio de los hombres del servicio de las mujeres. Estos dos servicios, aunque distintos, están unidos juntos. No puede existir el uno sin el otro. He aquí el amor materno y el amor paterno que, fundidos, dan vida a la Iglesia de Cristo. He aquí la oración y he aquí la unión fraternal.
Éste es ponerse al servicio de Dios sin desnaturalizar y humanizar su voluntad. Entonces nadie puede enseñar que la mujer tenga que desempeñar el papel de ministro, en el nombre de una declamada paridad de papeles entre hombre y mujer. No se trata de esto, hay que comprender la voluntad de Dios y aceptarla con docilidad y humildad, sabiendo que todo esto no significa dejar de lado a la mujer o someter María y las mujeres con respecto a los hombres. En la economía de Dios hombres y mujeres tienen igual dignidad, siguiendo el ejemplo de Cristo y de María; y, por voluntad del Padre, hombres y mujeres están llamados a estar unidos en el mismo espíritu de servicio, aunque desempeñando tareas y papeles distintos.
La cena del Jueves santo se caracteriza por el amor y el don de Jesús hecho a sus hermanos, que se hace evidente en el gesto del lavatorio de los pies. Jesús lava los pies a los Apóstoles, a aquellos que son ministros, llamados ministros y hermanos, aquellos que lo habían reconocido como Maestro y Mesías, aquellos que creían en Él, aquellos que tenían que estar dispuestos a donar la vida por el hombre Dios, aquellos que llamados a ser ministros de Dios, habrían tenido que hacer, con el mismo espíritu de servicio, aquel gesto hacia los propios hermanos, presentes y futuros. He aquí aquel gesto que Jesús ha querido manifestar para donar y transmitir su infinito amor a todos los apóstoles en un gesto concreto, el gesto del siervo. He aquí que quien quiere ser primero debe hacerse siervo de los hermanos.
Jesús ha venido para servir, no para hacerse servir y así debe pasar con todos aquellos que siguiendo el ejemplo de Jesús quieren ponerse al servicio de los hermanos.
Jesús lavó los pies a todos, incluso a Judas, que a pesar de aquel gesto de amor, en virtud de la libertad concededle por el Padre, ha igualmente decidido perseverar en su voluntad diabólica de traicionar al Maestro y de traicionar a los hermanos, faltando así a aquella compartición y a aquella fraternidad que Jesús habría instituido, ha instituido en la última cena y Judas, a pesar de esto, ha traicionado.
He aquí porque en los cristianos la fraternidad y la compartición deben siempre manifestarse. Donde no hay fraternidad no hay ni Cristo, ni Iglesia de Cristo, ni comunión con el Corazón de Cristo. Este se debe comprender bien y todos tienen que ver bien dónde hay fraternidad y dónde no hay fraternidad. Donde la fraternidad es sólo apariencia y no da fruto, allí la Iglesia de Cristo no está, no es más. Quien quiere pertenecer a la Iglesia de Cristo debe poner en el centro de la propia vida y de la propia cotidianidad la fraternidad y la compartición, aquella fraternidad y compartición que Jesús ha enseñado e instituido en la Cena del Jueves santo. Este es el testamento de Jesús, que cada cristiano debe necesariamente poner en práctica y difundir a todos, a fin de que Jesús sea amado cada vez más y para que siguiendo el ejemplo de aquellos que aman a Jesús, en el nombre de Jesús toda rodilla se doble y toda lengua proclame su alabanza, en Cielo, en Tierra y debajo de la tierra. Y así sea.
Oración al Padre Todopoderoso
Consagración al Corazón del Padre
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.