Dogmas de fe
Dios es Uno y Trino;
Dios Padre Omnipotente es el Creador de todas las cosas;
Cristo, Hombre Dios, es el Hijo Unigénito del Padre, el único Salvador del mundo;
El Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, es Dios, que procede del Padre y del Hijo
María es Hija, Esposa y Madre de Dios, Inmaculada por obra del Espíritu Santo, Asumida al Cielo, Corredentora y Reina del Cielo y de la Tierra
Leyes fundamentales
La Ley fundamental para cada cristiano es el Mandamiento del Amor de Jesús, que abraza las Leyes fundamentales dictadas por Dios Padre a la humanidad: “Los Diez Mandamientos” (o Decálogo).
Dice Jesús: “El primero [Mandamiento] es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. “El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 29-30).
Como consecuencia de esto, cada cristiano perteneciente a esta Iglesia obedecerá amorosamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, acogiendo en el corazón y poniendo en práctica todo esto: «Ama el Señor tu Dios con todo ti mismo, con todas tus fuerzas, respetando Su ley y sometiéndose a Su voluntad, para poder vivir en Cristo, por Cristo, con Cristo; y acoger el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, que en el Corazón materno de María lleva y dona a todos la Vida, Una, Santa y Universal».
Éste es creer en Cristo, creer en el Dios verdadero, Uno y Trino, expresión de la esencia y de la sustancia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Respetando estas normas fundamentales se cree en Cristo, se cree en el Dios verdadero, Uno y Trino, expresión de la esencia y de la sustancia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Pilares de la Fe Cristiana
Las virtudes fundamentales, pilares de la fe cristiana, son:
Pureza,
Obediencia
Humildad
Los hijos de Dios están llamados a ser listos para hacer la voluntad de Dios, de manera que Cristo les ilumine y les purifique sobre el camino de la perfección.
Las virtudes más bellas para cada hijo de Dios y para cada hombre y mujer de buena voluntad son: la pureza, la humildad y la obediencia.
Las virtudes de la pureza, de la humildad y de la obediencia son indivisibles.
No hay humildad si no se es puros. Y no se puede ser puros si no se es obedientes.
La obediencia hace ser perfectos y verdaderos: en la obediencia está la caridad y el amor hacia Dios y hacia el prójimo.
Con la pureza cada hijo levanta la propia mirada a Dios, contemplando Sus maravillas.
La humildad finalmente es la fase central de las otras virtudes.
Principios rectores
Los Principios rectores que caracterizan los cristianos que libremente eligen adherir a esta Iglesia son:
Santidad
Rectitud
Fidelidad
La Santidad, la Rectitud y la Fidelidad deben ser vividas en la cotidianidad, para poder ser en la propia vida verdaderos hombres y verdaderos cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, verdadero Hombre y verdadero Dios.
Entonces, Santidad, Rectitud y Fidelidad se deben manifestar: (1) a Dios; (2) a los Hermanos; (3) a sí mismos.
Haciendo esto se es verdaderos hombres y verdaderos cristianos. Se muestra respeto hacia Dios y hacia el prójimo. Se vive la fraternidad. Se es fieles y santos. Al hacerlo se comprende, se pone en práctica, se vive y, por consiguiente, se testimonia con el propio ejemplo, el Mandamiento del Amor que Jesús, verdadero Hombre y verdadero Dios, ha vivido y testimoniado con la propia Vida a la humanidad: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo». (Mc 12, 30-31).
Oración y fraternidad
Pilares fundamentales para vivir cotidianamente la cristiandad auténtica son
la oración
la fraternidad
Para cada cristiano la oración debe ser viva. La oración que aleja todo pensamiento impuro, la oración viva que aleja las tentaciones, la oración viva que hace acercar a Dios.
Cada cristiano debe redescubrir la fuerza de la oración, para vencer las cadenas del mundo, para vencer contra sí mismos, remitiéndose con obediencia amorosa a la voluntad del Padre, que a través del Hijo, Cristo Salvador, se manifiesta. «Tuya es la gloria, Tuya es la potencia por los siglos» (Ap 4, 10-11; 7, 12).
La fraternidad y la paz entre los hermanos, y por consiguiente entre los pueblos, es centro de la misión salvadora de esta Iglesia. Cada cristiano y cada hombre y mujer de buena voluntad debe redescubrir el sentimiento de la fraternidad que el Dios, Uno y Trino, encarnándose, ha transmitido y manifestado a la humanidad.