El Ministro de Dios

El ministro de la Iglesia es portavoz de Dios, testimonio directo del Padre. El ministro no se pone por encima de los otros, sino que como hermano entre los hermanos tiene el deber de llevar Dios a todos.

Todo debe ser reconducido al origen. En el momento en que todo se vive y se practica en el equilibrio que el Padre ha manifestado, todo se sigue viviendo según la esencia cristiana, sin querer exasperar o aportar modificaciones personales a lo que el Espíritu sugiere.

Hay que ser, como siempre en esta Iglesia está dicho, primero hombres y luego cristianos, verdaderos y auténticos. El cristiano verdadero y auténtico se caracteriza en la cotidianidad. Los hijos dilectos de Dios, aquellos que están consagrados a Dios y por Dios están llamados a desempeñar el deber arduo de ser testimonio directo del Padre, ministros del Padre, no se sustraen de lo que aúna todas las gentes. Pero poniendo en práctica el equilibrio y poniendo en el centro la familia, primera Iglesia, primera expresión de la Iglesia cristiana, se donan, cumplen y testimonian a Dios en la plenitud.

Por consiguiente, en el momento en que en cada uno reina el equilibrio (con Dios, con los hermanos y con si mismos) y se da la prioridad a la llamada, con voluntad y corazón todo se puede cumplir. Al hacerlo, se reconduce la espiritualidad en el centro de la vida de cada cristiano. Se reconduce a vivir una celestialidad que dona en la cotidianidad la esencia para poder practicar y vivir la celestialidad.

Por consiguiente, la variedad de las llamadas se manifiesta.

  1. Quien llamado a ser testimonio directo del Padre, ministro de Dios, viviendo en primera persona la familia, dando el propio aporte en familia, para poder testimoniar Dios con la familia;

  2. Quien llamado a ser testimonio directo del Padre, ministro de Dios, singularmente, para dar testimonio que en Dios todo se puede, viviendo, por consiguiente, la humildad, la continencia y la santidad.

Al hacerlo, respondiendo plenamente a la llamada de Dios y testimoniando directamente Dios en la cotidianidad con coherencia y santidad, se vive plenamente el Reino de Dios, donado desde ahora por el Padre a los hijos, para luego poderLo vivir en la plenitud, cuando se será en la Vida plena.

Adán, el primer hombre, era directo testimonio del Padre, entonces ministro de Dios. En estos tiempos finales se debe reconducir en el centro el Pensamiento original del Padre: hombre y mujer les creó (Gén 1, 27; 5, 2; 6, 19), para ser una única cosa y juntos servir a Dios. Y el Padre en origen dijo: «Id y multiplicaos» (Gén 1, 22.28; 9, 1.7).

Por otra parte, no se pueden forzar aquellos que no tienen esta aptitud a vivir necesariamente en pareja. Por esto Jesús ha sugerido, aunque sin abolir lo que el Padre había establecido. Lo que para todos debe ser importante es vivir en el corazón la espiritualidad verdadera y auténtica, con coherencia y santidad, siendo conscientes que, en todo caso, es necesario respetar la propia condición de vida de pareja o en la singularidad. Con determinación santa este es lo que necesariamente hay que respetar.

En una o en la otra condición, las prioridades para vivir para todos deben ser: Dios; Familia; Trabajo.