ACTO DE MAGISTERIO
Uno es el Mensaje, Uno es el Mandato,
Una es la Misión sobre la que
se apoya la Iglesia militante y
triunfante de Cristo
(Borrador: Traducción Automática)
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En este tiempo, los hijos de Dios viven con el único deseo de permanecer unidos a los Santos y a los Ángeles del Cielo para llevar a cabo el Misterio de la Salvación en Jesucristo, el Único Salvador, el Único y Eterno Amor, que une a los hijos al Corazón del Padre (Jn 14,20), a Aquel que lo creó todo y a Quien todo está y estará sometido (1Cor 15,25-28).
El encuentro íntimo y personal, de corazón a corazón, con el Niño Jesús ha transformado la vida de muchos que, con plena conciencia, quieren vivir como «hijos» (1Jn 3,2), deseando vivir y manifestar cada día la única fidelidad al Señor, a Su Iglesia, intemporal y eterna, fundada por Jesús y confiada a Sus Santos Pedro y Pablo, Columnas de la Iglesia naciente para que, siguiendo su ejemplo, cada hijo de Dios pueda luchar cada día la buena batalla de la fe (1Tm 6,12), para que triunfe el Amor, Cristo Amor, el Amor Unigénito que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que en la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén se manifiesta para que triunfe el Inmaculado Corazón de María.
He aquí la Iglesia militante de los últimos tiempos que, unida a la Iglesia triunfante, quiere hacer resplandecer el cristianismo de los orígenes (Hch 2,42), a ejemplo de los santos Pedro y Pablo, pilares de la Iglesia naciente fundada por el Unigénito Salvador, Jesucristo (Col 1,18).
San Pedro, de humilde pescador, fue llamado por el Maestro para convertirse en pescador de hombres (Lc 5,10b), convirtiéndose por Su Gracia en punto de referencia de la Iglesia de Cristo (Mt 16,18), la Iglesia fundada sobre la Roca (Mc 8,29b), que ahora como entonces sigue estando fundada sobre la Única Roca, porque Uno es el Mensaje, Uno es el Mandato, Una es la Misión sobre la que se apoya la Iglesia militante y triunfante de Cristo.
La Iglesia guiada por San Pedro ha atravesado muchas vicisitudes, porque con el tiempo muchos siervos de Cristo han traicionado su mandato, su misión (Revelación de Jesús a María G. Norcia, «El regreso de Jesús», 30/10/1994), perdiendo de vista el Santo Rostro de Jesús, «el» Cristo, el Hijo de Dios, Aquel que ha moldeado los corazones con Su Palabra, con Su Mirada, con Su Paz y Humildad. Jesús fue el primero en ser «Siervo», «Siervo de los siervos de Dios», porque Siervo del Padre (Mt 26,42), que sirvió a esta humanidad para elevarla, dando ejemplo a todos de cómo se sirve al Nombre de Dios.
A su debido tiempo, el Espíritu Santo siempre ha levantado a la Iglesia, siempre ha luchado contra toda herejía, contra toda blasfemia, contra todo tirano; pero la libertad que el Padre ha concedido a los hombres (Gal 5,1) ha permitido que un patio de la Iglesia de Cristo, el patio de los sacerdotes y de los bienpensantes, vendió la primogenitura (Heb 12,14-16), dejando que el humo del enemigo de Dios penetrara en él (cf. Homilía del Papa Pablo VI, 29/06/1972), para nublar las conciencias y convertir a los hijos en esclavos de su posesión. Estos han perdido la fuerza de San Pedro, la fuerza del león; y han perdido la fe de Pedro en el único Señor (Mt 16,16), haciendo derrumbar ese Patio, esa Casa que antes era, pero que ahora ya no es.
San Pablo quedó deslumbrado (Hch 9,3) después de haber exterminado a varios siervos de Cristo: deslumbrado en la Única Luz, Cristo Luz, que le devolvió la Salvación, perdonándolo y amándolo (Hch 9,5). Desde ese momento en adelante, su perseverancia lo guió, llevando a muchos a ser iluminados por la misma y Única Luz, que es Vida, que conduce a los hijos a la Vida y hace saborear a los hijos, ya en esta Tierra, el sabor de la Eternidad.
La voz de San Pablo llega hoy a nuestros corazones para decir a todos que abran el corazón a la Luz que es, para comprender la Verdad (Jn 15,26), para amarla hasta el fondo; y, al mismo tiempo, ser sus servidores, para que, siguiendo su ejemplo, todos puedan proclamar el «Oración de la Vida»: «Sobre tu palabra, Señor, te ofrezco mi vida».
He aquí la perseverancia de los hijos de Dios que, en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, aman, viven y manifiestan Su Fe, Su Alegría, Su Amor (Fil 2,10-11), para que muchos y muchos otros puedan vivirlo, acogerlo, amarlo, comprenderlo y ser renovados en la Única Amor, ese Amor que, los que se han quedado en lo antiguo, no consiguen comprender, porque están aplastados por el peso de la tradición (Mc 7,8).
San Pablo, antes de su conversión, era un esclavo de la tradición, un soldado de la tradición (Hch 8,3) y no lograba comprender el Amor que estaba más allá de los preceptos, esos preceptos que eran muelas en su cuello, que lo aplastaban, que no permitían que su corazón volara (Hch 26,14). Pero una vez que encontró la verdadera libertad en Cristo Señor, su vida cambió. Pablo vivió para anunciar a todas las gentes la libertad cristiana, la fuerza del Hijo de Dios, su infinita Amor, para que todos pudieran y puedan ser perdonados, purificados y saciados (Gal 2,20). Y su grito llega hoy a nuestros corazones para llegar de nuevo al corazón de todos los pueblos (2 Tm 2,10).
Que nadie se deje aplastar por el peso de la tradición. Mirad cada acontecimiento con los ojos de la Luz y con los ojos del Fe. Comprended que la libertad que el Padre ha concedido a cada hombre puede hacer que el hombre, cada hombre, acoja lo que es bueno o lo que es malo. Al comprender esto, se comprende el Misterio de la Iniquidad (2Ts 2,7-10), que ha llegado a ocupar el Lugar que una vez fue Santo pero que ahora ya no lo es, como Jesús (Mt 24,15) y el mismo San Pablo (2Ts 2,3-4) nos habían advertido. Los hombres nunca deberían haber permitido que todo esto sucediera.
A pesar de ello, el Padre nunca podría haber dejado huérfanos a sus hijos. Su infinita Gracia intervino en ayuda de sus hijos, permitiendo que una Niña, convertida en Madre, se refugiara en un rincón perdido de esta Tierra (Revelación de Jesús a María G. Norcia, «La Ascensión al Cielo», 13/04/1995), desde donde hacer resurgir la autenticidad del sacrificio del Hijo de Dios, unificando todo en la única Esencia que es Cristo, el brote de Dios (Is 11,1).
He aquí la Esencia y la Sustancia, que en el único Espíritu, nadie podrá hacer sucumbir, porque Dios siempre triunfa (1Jn 5,4).
He aquí, pues, que en la última milla de la historia de esta humanidad, el Espíritu Santo del Padre hará triunfar a Su Iglesia, el Corazón de María, Aquella que entonces unió a los Apóstoles después de la partida del Hijo de Dios (Hechos 1,14); y así ahora, en estos tiempos, de nuevo en torno a María, el Espíritu Santo enviado por el Padre ha regenerado al Hijo y a sus hijos, en la única Bandera que traerá la Paz estable a esta Tierra (Revelación de María Santísima a María G. Norcia, «La Divina Familia y la Escalera de Oro», 25/12/1988).
Esta es la invitación que el Cielo, en el Niño Jesús, dirige a todos los cristianos que quieren renovarse en la autenticidad cristiana, para ser nuevos cristianos en esta Nueva Casa, en el Jerusalén renovado en el Espíritu Unigénito (1Jn 4,9).
Este es el tiempo en que todos los cristianos deben ser fuertes ante la Señal de Dios que manifestará los escándalos de aquellos hombres que traicionaron el mandato, porque ha llegado el momento y la Iglesia triunfante, unida a la Iglesia militante, ora para que todo se manifieste, para que el mundo vea y se arrepienta quien quiera (Hch 17,30).
Los cristianos deben ser ahora tenaces, fuertes y santos, para permanecer firmes y anclados en la Única Roca, que es Cristo (Hch 4,11). Esta es la invitación que se eleva desde esta Casa en beneficio de todos aquellos que quieran dar el «salto» para llegar a esta Orilla (Mt 9,1) y dejar una casa que está a la deriva (Ap 18,4), para entrar y morar en la Única y Eterna Casa, la Casa de los hijos de Dios (Ap 21,3).
Este es el tiempo en que desde el Cielo la Iglesia Triunfante, que es el Jerusalén Celestial, se une a la Iglesia militante de los que viven el Jerusalén en la Tierra (2Pe 3,13), para convertirse en un todo con Ella (Ap 21,2), para manifestar a todos la Victoria Eterna, para que se cumpla toda promesa y se borre toda mentira, para que la Verdadera Iglesia fundada sobre la Única Roca, la Iglesia triunfante y militante de los últimos tiempos, manifieste la Única Victoria en Aquella que es Madre, la Virgen María (Lc 1,27b), que ha donado nuevamente a la tierra el Vástago de Dios (Ap 5,5). En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
27 de febrero de 2025
San Gabriel de la Dolorosa
El Pontífice
Samuele
