Apelación de la Iglesia Cristiana Universal
Por la paz en Siria y en el mundo;
a defensa de la vida de Alfie Evans, de Vincent Albert y de todos los inocentes;
y por el despertar de todas las conciencias contra la Apostasía de la Iglesia de Roma
15 de abril 2018
La vida es un don. El don sagrado de Dios. Y ningún hombre tiene el derecho a violarla, de suprimirla. Ningún hombre puede sustituir a Dios, como esta Iglesia ha ya declarado en los Comunicados de Magisterio “El don y el respeto por la vida” (23/11/2016) “La vida es el don sagrado de Dios. Ay del hombre que suprime la libertad de los hijos de Dios” (02/07/2017).
En estos tiempos duros y difíciles la humanidad es siempre más perdida. En muchos Países en el mundo crecen el odio y la violencia, y la cultura de la muerte he hecha avanzar con el consentimiento de la ley humana.
En tal contexto, la Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén, quiere formular la sentida apelación a todas las conciencias de todos los cristianos, de los sabios y de los hombres y mujeres de buena voluntad de este mundo, por comprender que la cultura de la muerte justificada da las políticas humanas y da las leyes humanas generará solo lutos y lamentos. Esta apelación resulta necesaria a la luz a raíz de las palabras de circunstancia pronunciadas por quien, aunque tenga el potencial, en virtud de la autoridad moral que muchos le reconocen, nada hace por defender los valores auténticos que constituyen la base de una convivencia civilizada: la Paz y la Vida. Cristo, el Hijo de Dios, ha vencido la muerte para donar la verdadera Vida: “Hombres y mujeres, despertáis vuestras conciencias. Rechazad la cultura de la muerte y defended la verdadera vida”.
La Paz es el valor supremo que cada Nación tiene que perseguir. La Iglesia Cristiana Universal de la Nueva Jerusalén hace oír alta su propia voz para proclamar claramente y sin ninguna ambigüedad: “Nunca más guerra”. Ni en Siria, ni en cualquier otra parte. La guerra lleva la muerte.
Ninguna institución puede ser indiferente con respeto a la sentencia de muerte de muchos enfermos que sufren: Alfie Evans, un niño de dos años, cuya vida ha sido juzgada “fútil”, entonces “inútil”, da los jueces de la Alta Corte de Gran Bretaña; Vincent Lambert, en Francia, padre de una niña de nueves anos, condenado a muerte para un médico de hospital; y de muchos otros. Ningún hombre por cuanto eminente pueda ser, puede juzgar la vida humana “inútil”. Ningún ser humano puede decidir si y cuando hacer vivir o morir. La vida tiene que ser defendida, protegida y amada. De manera absolutamente incondicional. A ningún padre y a ninguna madre puede ser denegado el sacrosanto derecho de defender hasta el fin la vida de sus hijos.
Quien, en fruente de estos dramáticos eventos, en la autoridad moral que muchos le reconocen, en vez de defender con fuerza el valor de la Paz y de la Vida, se limita a apelación de circunstancia, se convierte en cómplice de un sistema que a palabras es por la paz y por la vida, sino que en realidad promueve la cultura de la muerte, en particular de los inocentes, de los pequeños y de los débiles.
Ninguno, en frente del peligro de una guerra planetaria, puede utilizar frases de circunstancias que nada dicen. Esto con fuerza se tiene que gritar al mundo entero: «Nunca mas guerra!».
Ninguno, con mayor razón, el pontífice romano, puede justificar el “fin de vida” de los sufrientes o permitir que sus palabras puedan ser utilizadas para justificar una sentencia de muerte dictada da los jueces que promueven la eutanasia, que nunca podrá ser considerada como una defensa de la dignidad de la vida. Cada pontífice de la verdadera Iglesia, que se reconoce en Cristo Vida, debe desmentir tales instrumentalizaciones y con fuerza, públicamente proclamar: “La eutanasia es un crimen”.
Ninguno, en fruente del desesperado llamamiento del padre de un niño de dos años, prisionero, que pide asilo en Vaticano para curar su propio hijo, no puede ser indiferente. Se fomenta la acogida de los migrantes y no se acogen sus propios hijos dejándolos a su cruel destino.
Quien tiene la autoridad moral para tomar medidas, debe levantar su voz en defensa de los pequeños, de los indefensos, de los más débiles, de los sufrientes desafiando gobiernos y naciones mostrándose al lado del pueblo que quiere defender el valor de la Familia y la inviolabilidad de la Vida, así como han sido concebidas por Dios pilares y fundamento de la Casa de los verdaderos cristianos y de cada hombre y mujer de buena voluntad.
La verdadera “cultura del descarte” es la de quien nada hace para salvar la vida de los inocentes, de quien no se yergue para contrarrestar afirmaciones desconcertantes de quien juzga “inútil” la vida humana de quien sufre.
La verdadera divina misericordia de Dios es otra cosa. Cristo es Paz. Cristo es Amor. Cristo es Vida.
Las conciencias se despierten y todos aquellos que son sabios puedan erigirse y hacerse promotores de una nueva cultura que promueve verdaderamente la Paz entre los pueblos y la defensa “de manera absolutamente incondicional” del valor sagrado y inviolable de la Vida de cada ser humano desde la concepción hasta cuando Dios querrá.
Los sabios de cada pueblo y naciones reconozcan abiertamente la Apostasía de la Iglesia de Roma para despertar los corazones y las conciencias de muchos hombres y mujeres de un entumecimiento letal para que el amor por la Paz y por la Vida, don de Dios pueda quitar las nieblas que ha apoderado el corazón y las mentes de muchos, para proclamar con fuerza, sabiduría y santidad que la desolación que impregna los corazones y las conciencias de muchos, se está produciendo así como había sido anunciado por Jesús en el Evangelio.
Sólo así los hijos de Dios y todos los hombres y las mujeres de buena voluntad podrán seguir a sentir viva en el corazón la Llama viva de el Amor ardiente de Dios Padre Todopoderoso que nunca abandonará sus hijos y todas las creaturas que en El confían con corazón sincero. Sólo así todos, cristianos y non cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad, podremos defender, juntos, con todas nuestras fuerzas, el mas grande dono que el Creador ha donado a esta humanidad: el don sagrado de la Vida.